Teoría de la Conspiración

Creo en la teoría conspiratoria. La conspiración de la Vida. En el plan que ha urdido para que las cosas sean al final como tenían que ser. Es increíble y hasta fascinante si se mira con perspectiva cómo va hilando los acontecimientos, enlazando destinos para que todo acabe siendo como estaba previsto, como en el fondo deseamos o como necesitamos que sea, para que se termine cumpliendo el plan perfecto. Pero si no nos retiramos un poco, si no tomamos algo de distancia, nos sentimos en medio del remolino en las turbulentas aguas del rio de la vida sin poder salir a respirar, hundiéndonos más y más mientras más bregamos por salir.

Después de esta introducción tan metafísica diré que no tengo ni idea de sobre qué quiero escribir hoy. Tengo la inspiración confinada. Así que voy a compartir mis últimas reflexiones sobre lo jodida y fantástica que se pone a veces la aventura esta de vivir. Y por si a alguien le sirve, me permito dar un consejo muy importante: cuidadito con lo que deseas con fuerza, convicción y persistencia porque la vida termina concediéndotelo. Y luego tienes que comértelo con papas. Y no puedes reclamar ni devolver, ni reprochar ni quejarte: ¡lo pediste tú mismo!.

Yo llevaba años sintiendo cada vez con más fuerza el deseo de estar sola. Creo que desde pequeña. Como no me sentía comprendida, ni vista, ni apreciada, estaba más relajada sola que en compañía donde siempre me esforzaba por merecer una mirada, por ser reconocida. Este afán de soledad tuvo sus altibajos como es lógico. Cuando me enamoré, cuando tuve a mis hijos pequeños o cuando vivía momentos de maravillosa conexión con EL OTRO ese deseo desaparecía. Pero una y otra vez emergía y en los últimos años más que un anhelo profundo era una imperiosa necesidad.

Familia supernumerosa

Siempre tuve difícil (físicamente hablando) eso de poder retirarme, de conseguir un poco de intimidad para recogerme, rehacerme y proveerme de fuerza y seguridad. En casa no solo éramos siete hermanos sino que desde que me acuerdo vivieron con nosotros dos primas (con sus novios de visita diaria) así que éramos once fijos en una casa de tres o cuatro cuartos. “¡Qué bien!” dirán algunos pensando en los momentos divertidos (que los había) con semejante tropa. Pero el ruido y el alboroto eran constantes. Tanto, que lo que recuerdo más es la sensación de no tener donde meter la cabeza, donde refugiarme: o luchaba por ser vista o trataba de esconderme de toda mirada para descansar del empeño. Ni en una ni otra empresa conseguía mi propósito. Me quedó ese ansia constante que ya no sabe qué busca ni qué quiere pero que se ha quedado ahí instalado y me acompaña como una sombra.

Tampoco tenía privacidad en la escuela, ese lugar donde puedes ser tú, sin la mirada de la familia, donde te relacionas con el mundo exterior y tienes una oportunidad de descubrir quién eres para los demás al margen de lo que opinen los tuyos (la familia te corta un traje cuando naces y no te dejan despojarte de él. Será que eso facilita las relaciones…). El colegio, ese espejo donde podría mirarme y construirme, se vio también condicionado porque compartí pupitre hasta el bachillerato con mi hermana. Por un lado su compañía me hacía sentirme cómoda y segura, por otro era un lastre. De alguna manera estaba pendiente de ella, si yo me relacionaba y ella no, trataba de incluirla; si ella era más brillante que yo, me esforzaba por alcanzarla; si yo sacaba mejores notas, me sentía culpable… siempre al lado la vara de medir, siempre el ojo de la familia vigilándome el cogote. Conste que yo he hecho lo mismo, claro.

Luego tuve un marido y otro, un hijo y otro… ¡hasta cuatro! (hijos, que no maridos). Una familia numerosa, un trabajo y estudios constantemente. Renuncié a ese anhelo o busqué calmarlo con otros métodos. Los estudios me ayudaron mucho. Desde pequeña me gustó estudiar, era la forma que conocía de alimentar mi autoestima, supongo. Así que primero estudié la carrera y luego varias oposiciones y terapias alternativas… Estudiar fue siempre un refugio. Recuerdo que en mi primer divorcio los libros fueron mi consuelo. Ese año aprobé completo el primer curso de carrera después de haber suspendido todos los primeros parciales (solo aprobé uno, porque el profesor dio un aprobado general). Hacía 13 años que no estudiaba, ese también fue un deseo latente que terminó por materializarse. Pero esa es otra historia.

Sueño conseguido

Bueno pues a peso de perseguir la soledad, la he conseguido. Y estoy contenta y asqueada al mismo tiempo. Convencida de que lo que se desea profundamente se termina consiguiendo, pero luego hay que tragarse el pastel entero. Llevo justo un año viviendo sola en Burdeos. He pasado por muchas etapas, desde la euforia, el alivio, la alegría o el miedo. Y como novedad confieso que por primera vez en mucho tiempo me he sentido en un par de ocasiones SOLA. Nada agradable la sensación, pero un regalo. Es como en el cuento de Juan Sin Miedo. Los demás pueden pensar que es una suerte no haberme sentido sola con más frecuencia, pero cada situación y cada persona tiene sus retos y desafíos.

De nuevo me apoyo en la muleta del estudio. Estudio francés e inglés. Saber idiomas era un sueño desde la infancia también. Quería ser guía de turismo, como las admiradas compañeras de trabajo de mi padre y esto implicaba ser políglota y viajar. Estoy segura que buscaba inconscientemente su reconocimiento. Igual que sé que disfruto estudiando gracias a una afectuosa profesora que tuve en el primer curso de mi vida escolar, que me premió con su cariño y un regalo por mis resultados académicos. Habló con mi madre e hizo que me adelantaran un curso, por esa razón coincidí ya siempre con mi hermana.

Pues sí, aquí estoy, sola como quería. Casi siempre disfrutando de jugar a las “casitas” en mi apartamento, de organizar a mi gusto el tiempo, incluso de permitirme “perderlo”. De colorear como una párvula, de probarme vestidos del armario, de pedalear sin rumbo o pasear por los pasillos del supermercado. Aún me queda mucho que desaprender, como dejar sin culpa restos de comida en el plato o no hacer las tareas para las clases. De vez en cuando la compañía de algunos amigos, de compañeros de clase o la charla con alguna vecina mitigan el aislamiento, pero el confinamiento ha conseguido eliminar hasta eso. Si no fuera por las pantallas, esto es soledad en estado puro.

La Vida, sabia y obediente, se ha empeñado en realizar mi obstinado sueño. Tanto afán ha puesto en conseguirlo que hasta a limitado mis contactos incluso los que tenía por videollamada. A unos amigos, los ha mandando a África, a otros a América, otros simplemente a la otra punta de Francia o a la cima de montañas sin cobertura. Hasta los hay que atraviesan duros procesos familiares y también se ausentan… Pero ¿qué queja puedo tener? ¡yo pedí esto!. Así que ya lo tengo. Ahora, ya no tengo excusa ni obstáculo para reconstruirme, para hacer lo que quiera con mi soledad. Sólo tengo que esperar paciente a que la Vida me diga cual y cuando es el siguiente paso que tengo que dar y en qué dirección. Mientras tanto, atravieso viejas heridas y me voy reconstruyendo desde los cimientos. A medida que mis fantasías dejan de serlo vivo más en la realidad, veo más claridad a mi alrededor. Mientras más sola estoy más confianza tengo en mí, en mi capacidad, en mis habilidades y en mi fuerza.

Esta soledad me está enseñando también a ser más consciente de que necesito al OTRO. Como nos necesitamos todos. Pero ya no espero que vengan a salvarme, agarrándome al cuello del que se pone a tiro, enganchándome al primero que se acerca. Aprendí que la impulsividad del hambriento me aleja del discernimiento y la sabiduría para saber qué relaciones me convienen y en qué medida. Empiezo a estar contenta y serena con mi propia compañía. Aprendiendo a apreciarme para dejar de mendigar afecto, acompañarme compasivamente en mis altibajos en vez de castigarme por ellos o distraerlos con la pantalla y otros sucedáneos.

Me preguntaba yo (como tengo tiempo… ya se sabe) si este confinamiento general, esta reclusión mundial no es la respuesta de la Vida a un anhelo profundo del género humano que por fin se ha cumplido. Y como en mi caso, ahora se tiene que comer todo el pastel: aunque sea desagrade y parezca inhumano el aislamiento, aunque el miedo, la pérdida y la soledad sean duros a veces de sobrellevar. Quién sabe, quizá conseguiremos aceptar por fin lo que la Vida trae, aprender de la experiencia sin sentirnos víctimas, obligados a reflexionar sobre qué nos quiere decir con lo que nos pone por delante. Quizá podamos ver la pandemia como una grandiosa oportunidad en vez del infierno del que queremos salir huyendo desesperadamente como la olla hirviendo en la que quieren cocinarnos. Quizá en el fondo de la conciencia de todos y cada uno de nosotros, estábamos demandando encerrarnos en la cueva, como la de Platón, para darnos cuenta de cómo vivíamos y despertar por fin del largo sueño en que llevamos tantos siglos viviendo.

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