¿Deportes de riesgo? la vida misma

Nunca me gustaron los deportes de riesgo, ni las películas de terror o intriga. Con la vida tengo bastante. Buscar alojamiento en Burdeos, por ejemplo, me ha provocado más adrenalina que tirarme en parapente o sobrellevar el confinamiento actual. No, y no tuvo la culpa el virus. Aunque sea lo que más preocupa ahora, yo sigo con mi peripecia en mente. De nuevo a punto de mudarme, las maletas hechas, y me quedé compuesta y sin novio. Así que tuve que instalarme en un confortable apartahotel, tan monísimo como caro, a pesar de la rebaja en el precio por ser alumna de la Alianza Francesa.

Como ya dije, me había centrado en la búsqueda de piso por Airbnb, a condición de poder visitarlos antes para que no me dieran gato por liebre. Pero ni aún así. Después de mucho seleccionar, contactar y negociar, me resigno a salir del centro y encuentro un apartamento que parece que está bien: cocina nueva, baño decente, salón amplio y luminoso (ya podía serlo, ¡era un octavo piso!). Estaba situado a 15 minutos en bus, a medio camino entre el aeropuerto y la ciudad. Era un poco frío e insulso, pero me dije que ya le daría yo mi toque personal. El edificio, enfrente de la parada del bus y la zona residencial, me pareció tranquilo y seguro.

La propietaria, que vivía en la misma planta, me sugirió sin darle importancia que no hacía falta usar la plataforma Airbnb, que  nos salía más a cuenta. En un primer momento dije que sí: mi desespero por encontrar un sitio donde asentarme, supongo.

Así que ya está: me mudo el lunes y el domingo por la tarde tengo las maletas hechas cuando me llama por teléfono mi hijo pequeño que ha pasado a ocupar el lugar de padre. Me dio toda una lección de sentido común: “que cómo me voy a ir a un piso sin contrato, que me puede pasar de todo, que no puedo ser tan confiada, que estoy en un país extranjero”, etc, etc. Desperté de mi sueño de lo que quería que fuera y vi lo que estaba siendo en realidad. Así que le puse un mensaje a la señora diciendo que quería hacer la reserva a través de Airbnb. Me contestó a los pocos minutos con un escueto: “imposible. Buena suerte”, que me dejó helada.

 

parapente

A pesar de tener que deshacer de nuevo las maletas y encontrarme otra vez sin casa, me sentí aliviada porque había algo raro, algo no muy bonito, de lo que me había librado. Al poco, el anuncio empezó a tener comentarios de inquilinos ficticios y poco después desapareció de la Web. Comuniqué a los responsables lo que pasaba, que probablemente esta señora usaba la plataforma como señuelo para conseguir clientes, no sé exactamente con qué objetivo (y me alegro de no saberlo). Y yo me paré en seco a replantearme todo desde el principio después de sobreponerme al susto de mirar de nuevo por el borde del precipicio.

Decidí que si quería estabilidad tenía que optar por un contrato convencional, quizá cambiando de estrategia para conseguirlo: elaborar un sólido “dossier”, dirigirme sólo a particulares, mirar con lupa los anuncios, contactar rápidamente, a ser posible por teléfono y visitarlos antes por supuesto.

Por fin asimilé lo que dicen los blogs sobre la búsqueda de piso en Francia y reuní el montón de papeles que acreditan que tienes YA vivienda (sí, sí), que tienes número de carnet de identidad y de banco! (para ellos el famoso RIB es tan importante como el DNI), que has pagado puntualmente tus últimos recibos y justificante de los impuestos e ingresos, a ser posible franceses.

Me llevó un tiempo prepararme pero al final lo hice. Y de pronto, se abrió la caja de Pandora. Me respondieron un montón de propietarios de mi abultada libreta de apuntes. En un fin de semana tenía cuatro pisos para visitar, todos ellos bien situados, con buena pinta, pero eso sí, con un presupuesto algo más alto de lo que había previsto.

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El primero, un edificio antiguo, de piedra, como tantos hay aquí, con un mal olor en la escalera que tumbaba. El salón comedor, estupendo, el dormitorio también, con vestidor y todo. Pero el baño, tan minúsculo (el váter en un cuartito aparte junto a la puerta de entrada, eso es frecuente aquí) que había que entrar de lado. Me imaginé despotricando del propietario cada día al ir a la ducha y decidí dejarlo pasar.

Al día siguiente tenía para ver otro más barato y céntrico aún, un amplio salón con parquet y dos grandes ventanales justo al lado del principal museo de la ciudad, a un paso de todo. El piso recién pintado, antiguo también, pero limpio y remozado. La habitación era interior pero con grandes puertas dobles al salón y un baño decente con lavadora y todo. No tenía televisión ni internet y la mini cocina era pequeña y vieja, pero me di por satisfecha y firmé sobre la marcha el contrato de alquiler por un año comenzando el 20 de marzo. Antes tuve que convencer al propietario de que era una candidata solvente, fiable y sólida. Le enseñé mi “dossier” y aceptó mascullando la mala suerte que solía tener con los inquilinos. Conmigo también la tuvo el hombre.

Eufórica por la mañana porque acababa de contratar un piso, por la tarde afligida por los miedos y la inseguridad: “un contrato de un año será demasiado”, “cómo voy a gastarme tanto dinero”, “no sé si estoy segura de estar aquí tanto tiempo”, “podré darle mi toque personal al piso sin mucho gasto”… El dueño, típico francés de aspecto y formas, coreógrafo de danza de profesión, me advertía que podía quitar y poner cuadros pero sin hacer ni un solo agujero más en la pared.

El propietario me pidió una fianza de dos meses (lo máximo permitido) y para asegurarse, añadió una cláusula por la que el contrato no tendría validez si no pagaba antes del 19. Pero para poder pagar debía tener una cuenta francesa, que no la podía  abrir hasta no tener un domicilio… síiii así son aquí las cosas. Los franceses ya no llevan peluca como en siglos pasados, pero un residuo de sofisticación y retorcimiento les queda y se refleja en la burocracia florida, lenta, absurda y desfasada que tienen. Aún más exagerada que la nuestra. Y de eso sé un poco: he sido funcionaria más de 30 años.

El caso es que aquí los papeles están cambiados. En vez de que el propietario tenga interés en alquilar, es el inquilino el que tiene que convencerlo de que le alquilen. Se tiene que vender como candidato en campaña, vaya.

Todo esto coincidió con la visita de mi hijo, el casero de mi casa en España. Lo que no sé si vino a darme buena suerte o a asegurarse de que encontraba piso y me quedaba aquí, nunca se sabe. También contribuyó mi cambio de actitud: me siento más segura con el francés y ya no me da miedo hablar por teléfono. Y esto es fundamental. Aquí los pisos se ponen en alquiler y no duran más de dos o tres días: los alquilan como churros.

Tengo un cuaderno relleno de referencias de pisos, con una o dos habitaciones, amueblado y sin amueblar, con y sin terraza, ascensor, planta alta, el barrio, los transportes, si tienen o no lavadora, el precio (y qué incluye), los requisitos…
En cada referencia, anotaciones: si le envié mail o llamé por teléfono (unos querían y otros no), si me contestaron, si me pidieron documentos, avales o garantía…

Total, después de dos o tres días intentando gestionar lo del banco y dándole vueltas a la cabeza caí en la cuenta que no me fijé si la cocinita tenía extractor de humos, porque muebles arriba no tenía. Le escribí al propietario que me contestó a los tres días que no. Otra vez las dudas, a buscar de nuevo sin atreverme a renunciar a éste… Encontré uno más barato aún, bien situado, en un bloque de pisos nuevo aunque la decoración menos estilosa. Le volví a escribir al anterior diciendo que no podía aceptar la falta de extractor para ganar tiempo mientras me decidía y el nuevo propietario me prometió enseñarme el piso la semana próxima porque el inquilino actual estaba de viaje.

 

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En estas, me pilló el virus. Yo en mi apartahotel, escuchando las noticias: en Francia cerraron las universidades y una amiga me adelantó que en España iba a anunciar medidas en una rueda de prensa. Me compré un billete de avión para el día siguiente, hice las maletas a toda prisa y gestioné esa misma tarde la baja en el gymnasio, en la Alianza y en el hotel. Dejé los dos pisos plantados y llegué a mi casa por los pelos, recién anunciado el estado de alerta.. Se acabaron las tonterías de problema de encontrar o no piso. Ahora empieza «una cosa muy grande que no se puede explicar».