Igual que me examino periódicamente para confirmar mis progresos en francés, la Vida me examina de vez en cuando para ver cómo va mi serenidad, mi tolerancia y mi resistencia. Vamos, si voy progresando en mi habilidad para autogestionar mis emociones.
Hace poco hice una escapada a mi tierra. Me apetecía abrazar a mis hijos y nietas. pero la verdad es que no tenía ningunas ganas de ir a mi antigua casa. Tenía unas citas médicas y pruebas en el hospital, retrasadas por la pandemia, que me ayudaron a coger impulso. El viaje de una semana se redujo a 4 días en casa: no encontré vuelo directo como había antes y tuve ir por Málaga donde disfruté al ir y al volver del reconfortante encuentro con unas queridas amigas.
En esos pocos días en mi antiguo hogar, tuve una agenda más apretada que la de un ministro y viví situaciones tan estimulantes y continuadas que me dejaron agotada ya desde el primer día. No me detendré en detallar el gozo de abrazar a mi hija e hijos y la alegría de ver a mis nietas tan crecidas ya. Y eso que según mi madre hubiera sido mejor que no tuviera hijos porque no sé quererlos. Menos mal, porque si los quisiera más, no soportaría una emoción tan intensa.
Citas médicas, gestiones de la casa (fontanero, pintor, limpiadora, inquilinos, mascotas….), reuniones familiares, visitas, cumpleaños, masajes a mis retoños, conversaciones profundas con hermanas, madre, hijos, nietas (sí, ya son reflexivas preadolescentes). De la mañana a la noche un no parar. Cada encuentro a cual más satisfactorio… pero de una descomunal intensidad emocional, al menos para mí que vivo últimamente en un plácido barbecho.
El primer impacto fue el del propio viaje. Me encontré en aeropuertos y estaciones de tren inmensos y completamente desiertos. Vacíos de pasajeros, de personal, tiendas solitarias, persianas bajadas, luces apagadas….. Nadie en el control de pasajeros antes de embarcar. Solo mi vuelo pendiente, con un tercio de los viajeros habituales. Podría haberme alegrado la comodidad y rapidez del embarque, pero la verdad es que quedé espantada. Parecía que visitaba un plató de cine donde se filmaba una película de ciencia ficción. Quizá una plaga había arrasado a la especie humana, quizá una guerra química hizo desaparecer todo ser viviente del planeta y solo quedamos unos pocos zombis con mirada perdida, arrastrando los pies, taciturnos y asustados. Todos escondiendo la melancolía y el miedo detrás de una mascarilla. Sin esperanza, sin consuelo, sin ilusión, sin vida.

La otra gran conmoción fue caminar por las calles casi vacías en las ciudades de España, las carreteras sin coches, los bares y restaurantes con apenas clientes. Y lo peor de todo, la actitud de la gente: esquiva, dando un respingo si alguien se aproxima, sin alegría, aislada, derrotada. Aquí en Francia es más raro encontrar eso en la calle, aún queda algo de vivacidad que no encontré allí.
Campaña de miedo
Qué tristeza ver a la gente víctima de una campaña de miedo desmesurado que está acabando con la libertad, con el espíritu crítico, con la alegría de vivir. En aras de la supuesta seguridad y de la salud, la gente está renunciando a la vida. Siento que están perdidos, asustados, sin saber cómo protegerse y dejan su poder en manos de otros sin darse cuenta que el peligro de ese gesto es mucho más letal que el virus.
Por supuesto que existe un virus dañino para el ser humano, especialmente para aquellos que tienen el sistema inmune comprometido. Pero si nos paramos a analizar las cifras es menos letal de lo que lo fuera al principio y de lo que nos quieren hacer creer. Por supuesto que es necesario tomar algunas precauciones sanitarias (casi de sentido común). Pero en mi opinión todo se está desbordando, descontextualizando. Por ejemplo el número de contagios: evidentemente, si ahora se rastrea a conciencia se detectarán cada vez más casos. Y más aún cuando avance el invierno. Exactamente como ocurre cada año con la gripe.
Habrá que esperar unos años para saber exactamente la dimensión de la pandemia, cuando se criben los datos de fallecidos: estoy segura que habrán muerto menos de lo que ahora se dice POR el virus, aunque también, tengan el virus. Muchos fallecidos lo serán por enfermedades previas que además son positivos. No es lo mismo.
Lo siento pero hoy necesito ponerme reivindicativa. La distorsión y la sobredosis de información tiene efectos peligrosos. A estas alturas de confinamiento mundial, de paralización de las economías, de pandemia de miedo y de paralización de las mentes, hemos alcanzado un millón de muertos. Y eso nos espanta. ¿Pero alguien se para a pensar que CADA AÑO mueren en el mundo más de un millón de personas por malaria? Una enfermedad que ya debería tener una vacuna pero que como afecta a países empobrecidos no interesa a las farmacéuticas. O la tuberculosis, otra enfermedad que se transmite por el aire y destruye los pulmones y que mata más de un millón de personas cada año en el mundo (incluidos países ricos). Son datos de la OMS publicados en internet. Pero a nadie le espanta, no nos hace cambiar de vida, ni tomar medidas drásticas, ni cerrar cines y teatros, ni dejar a los niños sin colegio. Sin mencionar los 8.000 niños que que mueren a diario de hambre en el mundo… y nadie se despeina.
Me resisto a pensar que haya una mafia orquestando esta pandemia, al menos conscientemente. Pero desde luego unos cuantos sacan provecho, y no sólo económico, de lo fácil que es manejar a una masa paralizada, pegada a la pantalla del televisor libando cada día su dosis de veneno inmovilizante.
No tengo ni idea de qué habría que hacer, pero creo que lo mínimo es pararse a reflexionar, diversificar las fuentes de información, cuestionarse el relato oficial, cultivar el espíritu crítico, no dejarse atrapar por el MIEDO (habla una vieja amiga de él) y no permitir que nos arrebaten la vida de esta manera.
¿Alguien se ha parado a pensar en las consecuencias para la salud de esas dosis de pánico? El estrés que produce en la población no solo baja las defensas y nos hace más vulnerables a cualquier dolencia, sino que las enfermedades mentales se están disparando incluso en personas sin patologías previas. La falta de abrazos, de relación de contacto, de caricias, de besos… es tan necesario como el alimento y si falta, enfermamos.

¿Dónde están los médicos?
Imposible coger una cita médica en España. Imposible poner una reclamación. Las colas en el centro de salud rodean cada día la manzana, los teléfonos atendidos por una máquina te dicen que no hay huecos disponibles, la Web bloqueada. Llegamos a tener uno de los mejores sistemas sanitarios que está ahora mismo inaccesible, congelado, obsoleto. Y no hay justificación para ello. No hay tantos pacientes en las urgencias. No hay tantos enfermos en las Unidades de Vigilancia Intensiva. No más personas graves o fallecidas que en cualquier otra época de gripe. El ser humano, como todo ser vivo, nace y tarde o temprano muere. No es ningún drama, la pena es morir en vida.
Pues me tuve que volver sin ver al médico, sin poder hacerme la analítica de sangre imprescindible para controlar la tiroides, el calcio, etc. Me pregunto a cuántos enfermos crónicos se están desatendiendo estos tiempos, cuántos diagnósticos de enfermedades graves se retrasan y cuantos están empeorando sus enfermedades crónicas sin remedio por la desatención.

España: el país con más casos de Covic 19, con más muertos y el de medidas más estrictas y severas de toda la Unión Europea. ¿A nadie le hace pensar eso? ¿Nadie quiere investigar otras fuentes de información que no sean las oficiales? ¿no interesa conocer qué y cómo hacen otros países? ¿Nadie quiere tomarse el trabajo de analizar la píldora que nos dan los medios de comunicación a diario? ¿Ni siquiera se atreven a dejar de tomarla? (Imprescindible un documental en Netflix: “El dilema de las redes”). Definitivamente, estamos viviendo una pesadilla de ciencia ficción. Los humanos estamos dejando de serlo sin darnos ni cuenta: sin relación, sin contacto, la persona deja de serlo porque esa es su esencia, lo que la diferencia de otros seres vivos. No nos queda otra que usar los medios artificiales para establecer contacto. Pero le podemos dar la vuelta y usarlos en nuestro favor, no en contra.
Una de mis visitas médicas fue al siquiatra, privado como se pueden imaginar. Tengo la suerte de poder pagarlo, que si no…. Alguno pensará que después de lo que acabo de expresar, es lógico que me haga falta un loquero. Aún me mantiene el resto de medicación que tomo, dice que hasta que el otoño esté ”granado”. Al principio me decepcionó su criterio, pero ahora estoy contenta porque desde que llegué a mi nuevo hogar aún no me he recuperado del todo del impacto del viaje. Estuve dos días sin salir de casa, me dolía todo el cuerpo como si me hubieran apaleado. El contraste de la meteorología también fue difícil: pasé en unas horas del verano de allí al invierno aquí, estuvo dos días lloviendo, con frío y viento. Esto me ayudó en mi recogimiento y recuperación, pero quizá intervino en el bajón anímico que vino después. Escribo hoy con el recordatorio aún fresco en la oreja de la recomendación del siquiatra: que debo escribir, cuanto más mejor. Expresar periódicamente lo que siento para no explotar como una olla exprés.
Poco a poco fui retomando mi vida, mis actividades, con más voluntad que ganas, arrastrando cierta apatía y con la energía baja. Ya más recuperada, he empezado proyectos nuevos: ahora estudio también inglés on line. Cada vez me siento más como una adolescente en un piso estudiantil (afortunadamente individual). Aunque sea un pequeño apartamento alquilado, siento que este es, al menos por ahora, mi verdadero hogar.