¿Alguien sabe dónde está Bali? En la otra punta del mundo, literalmente. Yo tuve que buscarlo en el mapa cuando me propusieron hacer un viaje organizado con un grupo de 30 franceses. Todos sabréis ya que está en Indonesia, al lado de Asutralia. Ahí es nada.
La primera vez que oí hablar de esa isla fue hace muchos años en la boda de unos amigos burgueses que eligieron ese destino de viaje de novios. Entonces no había internet para saber dónde se encontraba y la geografía nunca fue mi fuerte. Me dijeron que estaba por el Índico y no pregunté más para disimular mi ignorancia. Encontré absurdo y cursi hacer un viaje tan larguísimo ¡como si no hubiera lugares estupendos que explorar más cerca!
Pues ahora voy yo, que en mi vida hice un viaje de más de tres horas de vuelo y me planto al otro lado del planeta a pasar 12 días en una isla perdida en medio de un inmenso archipiélago. Siempre tuve el sueño de hacer un largo viaje y este fue una sobredosis: tres vuelos de 2, 12 y 3 horas cada uno, con sus esperas correspondientes y trámites y controles en los aeropuertos.
Llegamos de noche y nos recibió un calor sofocante y colas imposibles para cada control (visado, pasaporte, aduana…)¡a pesar de ser temporada baja de turismo! ¿por qué no un control para todo? Procuré quitarme el desconcierto de la cabeza acordándome del consejo de una amiga: “deja tu mente occidental aquí antes de irte”. De hecho, antes de salir del aeropuerto ya éramos todos millonarios. Cambiamos dinero allí mismo y por 200 euros nos dieron varios millones de rupias. El cambio está en unos 16.100 rupias: Una locura calcular los precios por muchas chuletas que te hagas (a la vuelta supe que hay aplicaciones que ayudan), pero tener una cartera llena de millones es una sensación peculiar que puedo decir que ya he vivido.
Después de una espera extra en el último aeropuerto por el extravío de una maleta, nos recibió el guía local y el autobús que nos acompañarían ya en todos todos los traslados. Tras la frugal cena en el hotel y posterior pérdida de conocimiento en la cama, todos estábamos increíblemente preparados a las 8h30 de la mañana siguiente, duchados, maletas listas, desayunados y preparados para comenzar la peregrinación por la isla. Apenas cansada, me dije que lo del jet lang es un mito. Dos días más tarde, cuando ralentizamos un poco el ritmo, supe lo equivocada que estaba. No podía con mi cuerpo, desorientada, agotada, hipersensible al ruido, al calor, con dolor de cabeza y un deseo urgente que unos brazos gigantes me arroparan hasta poder dormir por fin y olvidarme del mundo y de mí misma. Necesitaba quedarme una semana tirada en una habitación climatizada sin cambiar de hotel, pero había que seguir al rebaño para no perderse. Esto de los viajes organizados tiene la ventaja de no tener que seleccionar, reservar, decidir...y ese mismo inconveniente.
Peregrinaje
El grupo de franceses provenían del mismo lugar de trabajo, aunque la mayoría ni se conocían, y quiero pensar que ese origen común fue la razón de que no cuajara la cosa (aunque está claro que el carácter francés es un poquito particular). El clima distante, a la defensiva, desconfiado no desapareció ni cuando hicimos juntos actividades deportivas, ni en un taller de cocina, o tras un largo y profundo y espléndido masaje balinés.
Podría decir que más que explorar un país exótico he transitado en una burbuja con forma de autobús amarillo un paisaje y un paisanaje maravilloso como si estuviera en un documental de la 2. Todo muy bien organizado, estupendos hoteles bien integrados en el entorno, vistosos talleres de artesanía, templos antiquísimos, mercados y arrozales… pero aunque hayamos hundido los pies en el barro (literal) no puedo decir que me haya sentido realmente mezclada con la gente ni con el ambiente.
Cada día preparábamos la mochila para la excursión prevista, con todos los por si acaso: crema solar, antimosquitos, chubasquero, bañador, fular (para cubrirse en los templos). Pero siempre nos equivocamos en la previsión: Si llevamos protección solar, llovía; si paraguas, nos quemamos, si se nos olvidaba el antimosquitos, nos comían.
La tarea no era nada fácil dado que hicimos caso omiso de las recomendaciones de aligerar el equipaje. Llevaba una maleta solo de zapatos aunque estuvimos todo el tiempo en chanclas. Ya sé que soy exagerada pero me aterroriza que me duelan los pies y no pueda cambiar de calzado. Unas chancletas y unas deportivas, dos pantalones cortos, varias camisetas y ropa interior es todo lo que se necesita. ¿Por qué nadie te advierte eso con suficiente rotundidad? Llevábamos hasta rollos de papel higiénico porque unos amigos nos advirtieron que no había en ningún sitio. El último día los dejamos sin estrenar en el hotel porque nunca los necesitamos… salvo en el aeropuerto de vuelta: la ley de Murphi.
Circular en Bali
Aparte de los exuberantes paisajes, la jungla con sus sonidos únicos, las vistosas y originales indumentarias y los movimientos imposibles de las manos de las mujeres al bailar… una de las experiencias más impactantes ha sido circular en Bali. Las carreteras parecen de juguete, medirán metro y medio de ancho y la línea que dibujan (solo a veces) en el medio es solo indicativa de la trayectoria. Los bordes están mosdisqueados por las fuertes y frecuentes lluvias y el firme está salpicado con abundantes y traicioneros agujeros. Atrapada entre barrancos y bosques, o bien por los edificios que lindan con ella, es del todo imposible que dos vehículos de cuatro ruedas pasen al mismo tiempo. De modo que uno se refugia en la selva mientras el otro cruza; Y si es por los pueblos, uno debe pararse en alguna entrada o descampado mientras cede el paso, ya que las aceras allí no existen.
Lógicamente no hay transeúntes, nadie se atreve a desplazarse a pie. Todo el mundo usa el scooter. Los hay por todos los rincones, te cruzan y adelantan en todas direcciones, como un avispero. Llevan una media de tres viajeros por moto, todos invariablemente en chancletas y de pronto, a la hora de la lluvia, (no hace falta reloj, ésta llega a las 5 de la tarde) todos se forran de plástico en un instante aunque sigan en chanclas. El código de circulación no es obligatorio, solo orientativo. Por lo visto recientemente varios políticos debatieron en profundidad si un semáforo en rojo obliga realmente a detenerse.
La única norma de tráfico que cumplen todos a rajatabla es el límite de velocidad porque es imposible superar los 40 kilómetros hora en las vías de mejor estado. La media, dice el guía y me lo creo, es de 20 km/hora.
No hay tanto accidente ni incidente como cabría esperar gracias a la santa paciencia (el cambio de mentalidad, ya se sabe) y la buena voluntad de los conductores que se cruzan de pronto por delante con una mirada pícara o se saludan con una sonrisa. Ni un claxon ni un frenazo en todo el recorrido. Un milagro quizá debido a lo devotos que son.
La cultura
Invadimos cada rincón de la tierra y Bali, por lejos que esté, no se queda atrás. El turismo, que empezó siendo elitista empieza a ser de masas- aunque no predominan los occidentales- y hoy es su principal fuente de ingresos. Eso está empezando a hacer mella, desnaturaliza su esencia y la isla a veces me recuerda a una especie de parque temático. Me conmovió acordarme del despegue turístico de Andalucía cuando yo era pequeña: desordenado, sin infraestructuras, sin planificación y con un fuerte choque cultural. Los mismos contrastes que encontré en Bali y que me afectaron profundamente.
Visitamos altos precipicios con vistas a un maravilloso océano turquesa protegidas con una simple caña de bambú; hordas de turistas y tras los matojos, montones de botellas de plástico en un basurero. No hay agua potable e ningún sitio. Aunque estés en un hotel de 5 estrellas el agua, hasta para lavarse los dientes, debe ser embotellada o hervida. Los cultivos de arroz, que forman preciosas terrazas, usan en su gran mayoría especies genéticamete modificadas y pesticidas que en Europa están seguramente prohibidos. La gente es encantadora y amable, pero la pena de muerte sigue vigente allí, donde la veneración a la monarquía se asemeja sospechosamente a la omnipresente religión. Eso sí, conviven en aparente armonia hinduistas -con tintes animistas-, budistas y musulmanes.
El colorido de las flores y la generosidad de la vegetación (piñas, plátanos y cocoteros crecen en los bordes de las carreteras como en España los jaramagos), contrastan con la negra piedra volcánica de los templos que están por todas partes. Cada casa está precedida por el patio con su monumento, que ocupa más espacio que la vivienda. Se puede decir que la isla en un puro santuario flotante: hay cerca de 10 millones de templos, el doble que de habitantes. Cada familia, clan, barrio, pueblo tienen el suyo. Dan la impresión de tumbas solitarias más que altares. Las calles están sembradas de esculturas en piedra vestidas con túnicas a cuadros blancos y negros (que representan el bien y el mal) y protegidas con paraguas, como si de humanos se tratara, y dos veces al día se les hacen discretos rituales y vistosas ofrendas.
Plataformas de madera elevadas y techadas en cada esquina sustituyen a plazas como lugares de encuentro, descanso y refugio. En cada casa hay también una que sirve de mesa y cama alternativamente. La calma (salvo en la carretera) aún se respira en el ambiente, sobre todo en los campos, donde se atrincheran los paisanos que aún no se entregaron al invasor.
Al llegar al aeropuerto para la vuelta era de día y quedamos estupefactos al ver algunos kilómetros de verdadera autovía (de tres carriles) y un gran puerto junto al aeropuerto de Denpasar. Por lo visto preveen recibir grandes cruceros de turistas. Sin comentarios.
Después de todo ha sido un privilegio poder asomarme a este rincón del mundo, donde hemos disfrutado a veces de habitaciones más grandes que mi apartamento, hemos sufrido un calor húmedo peor que el de Sevilla en verano (inútil bañarse, el agua era una templada sopa transparente), hemos librado extenuantes batallas con los interruptores de la luz de cada habitación de hotel y nos hemos vuelto sin descubrir los secretos de las duchas integradas en los wc con doble tubo niquelado.
Transmites muy bien la encrucijada en la que se encuentran estos países, realmente casi todos los que tienen grandes atractivos turísticos que, aún produciendo grandes ingresos, éstos no son compartidos por la mayoría de la población.
Palpar y sentir esa situación es, como bien dices, una de las ventajas o de los inconvenientes de su visita… y es que uno no sabe bien si lo bueno «es ir» o «no ir».
Gracias por compartir (no dejes de hacerlo).
Gracias por seguirme y por tu comentario. En cuanto al dilema yo prefiero pasar un tiempo en un lugar más que pasar de largo por muchos sitios. Impregnarme de los lugares, la gente, los usos y costumbres, la manera de pensar…cuando se puede, claro.
Transmites muy bien la encrucijada en la que se encuentran estos países, realmente casi todos los que tienen grandes atractivos turísticos que, aún produciendo grandes ingresos, éstos no son compartidos por la mayoría de la población.
Palpar y sentir esa situación es, como bien dices, una de las ventajas o de los inconvenientes de su visita… y es que uno no sabe bien si lo bueno «es ir» o «no ir».
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