Mi abuela, ¿de dónde venía?

Mi abuela materna, la única que conocí, se llamaba Francisca. Un nombre feminizado, del masculino Francisco, y eso no es casual. Se crió entre hombres, trabajó como uno de ellos, y sólo aprendió  las tareas caseras cuando empezó a trabajar como criada para el que terminó siendo mi abuelo.

Su madre, mi bisabuela, era una mujer de carácter y hacienda que fue literalmente desheredada porque se enamoró y casó con uno de los trabajadores de sus tierras. Tuvieron por eso que trasladarse de pueblo, en la serranía de la Andalucía profunda de finales del siglo XIX, y pasaron penalidades de todo tipo: estrechez económica para criar a 7 hijos con el jornal del marido, y emocionales por el rechazo de su propia familia.

Mi abuela fue la quinta, la segunda hembra después de tres varones Alonso, José y Antonio. Este último, carpintero, murió de pronto a los 20 años y ese drama, avivado permanentemente por la madre, planeó siempre como una sombra en la familia. La mayor de las hembras era María, a la que llamaban la “tonta” porque padecía un retraso mental severo. De la siguiente a mi abuela no hay muchos datos, que murió joven dejando a dos hijos pequeños, pero de la menor, Ana, sí.

La salvadora de la familia

Ana representó desde pequeña el sueño de su madre de ser una señorita y hacer un buen casamiento, quizá para resarcir su pena: La instruyeron, le compraron elegantes vestidos y hasta la llevaban a la capital a hacerle fotografías como si fuera una artista.

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Pero después de tantos desvelos, esfuerzos e inversiones, conoció a un feriante de los que venían por los pueblos, se enamoró y se escapó con él. Pasó mala vida porque apenas tenían dinero para criar a sus hijos que muchas veces tuvo que repartir entre sus hermanos para que sobrevivieran. El destino, implacable, se repite… Quizá no pudo soportar el peso de las expectativas que recaían en ella: nada menos que restaurar la dignidad de la familia, y cogió la primera vía de escape que apareció en su camino.

Mi bisabuela, su madre, fue siempre una mujer amargada (no tuvo que ser fácil digerir el destierro, el castigo por enamorarse del hombre “inadecuado”). Mi bisabuelo, su marido, era por lo visto un buenazo, trabajador y alegre hasta el final de sus días; diana del mal carácter de su esposa, fue un papel que desempeñó resignado quizá para expiar la culpa por el destierro de su mujer al casarse con él.

El primer “matrimonio” de mi abuela

Mi abuela se crio con los hermanos, embrutecida, sin estudios, siempre estaba en el campo donde labraba, cultivaba, recogía cosechas y manejaba a las “bestias”. Desarrolló un cuerpo fuerte y musculoso, tenía una gran capacidad de trabajo y era cabezota y reservada; aunque parecía algo ingenua y tosca, yo creo que era inteligente, creativa y sensible: tanto, que tuvo que construirse un mundo propio donde refugiarse para sobrevivir.  Puede que fuera la única estrategia de supervivencia que encontró a su alcance para lidiar con la vida que le tocó.

Entre unos y otros, cada uno lidiando con lo suyo, mi abuela se refugió en el trabajo duro y en cuanto conoció al primer hombre que la pretendió se fue con él. No se casó; en aquel entonces solo se casaban los que tenían dinero, y como no era el caso, se fueron a vivir juntos a una casilla cerca de la madre de él. Desde el principio la relación no fue bien: mi abuela no estaba educada en las tareas caseras, no era primorosa y como esposa estaba muy devaluada. Fue muy criticada por la suegra y maltratada por el marido, que presionado por la madre, aún más le pegaba.  Un día que no pudo más, cogió a sus dos hijos, la niña, María, y el niño, muy pequeño aún, y regresó a casa de sus padres, mis bisabuelos. Su madre le dijo que se haría cargo de los niños, pero que ella tenía que irse a trabajar, que no podía alimentar más “bocas”, así que se fue a “servir” a una casa en el pueblo donde un viudo acomodado parecía que necesitaba empleada. Era mi abuelo.

El segundo “matrimonio” de mi abuela

Ese hombre acomodado, procedente de otra provincia, era mi abuelo Manuel, que había enviudado ya dos veces, tenía hijos de otros matrimonios y era mucho mayor que mi abuela.

Dirigía un molino de harina junto al río, tenía una casa en el pueblo, tierras y sobre todo educación. Algo poco común en el lugar y la época. Se codeaba con el médico y el alcalde, con el general y el maestro y leía el periódico a diario.

Mi abuela, su sirvienta, quedó embarazada no se sabe cómo. Sí, todos sabemos cómo funciona la naturaleza, pero no los pormenores de la relación: si fue consentida, deseada, o simplemente soportada. Nadie lo sabrá ya, pero puedo imaginarme cómo se sentiría ella, en el mejor de los panoramas; por ser mujer, pobre, maltratada, “malcasada” (separada), embrutecida por el trabajo duro donde se refugió… y en una relación tan desigualdad por edad, clase, cultura: ¡era y siguió siendo su sirvienta!

Nació una hija, que fue a ver la luz en el hospicio de la capital y allí se quedó. El centro, dirigido por las hermanas de la Caridad era hospital de pobres y orfanato. Es fácil deducir que no podría seguir haciendo su trabajo criando una hija, o que no podía exponer a la vista pública el fruto de su intimidad con el jefe: yo creo que no le quedó o no vió  otra opción.

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Al año justo ocurrió exactamente lo mismo: otro embarazo, otra hija, parida y cedida en el mismo orfanato. Y al año siguiente, lo mismo; pero esta vez cuando fue a dar a luz no permitieron acoger a tres hijos de la misma mujer, por lo que tuvo que volverse al pueblo con el bebé, otra niña, a la que llamaron Francisca, como mi abuela. (también yo, a pesar de ser la tercera hija fui la que heredé el nombre materno).

¿La muerte de un hijo puede aceptarse?

El niño del primer matrimonio que quedó con mi bisabuela tuvo fuertes diarreas y murió con pocos años de vida. Aunque fuera muy frecuente en la época la muerte infantil,  imagino cómo el dolor tuvo que contribuir a la insensibilización y a cierta desconexión con la realidad  que parecía tener mi abuela. Y tal vez a la dolencia de corazón que padeció…. Mi abuela no pudo acudir al funeral de su hijo porque en ese momento estaba de parto de la primera hija de mi abuelo en el hospicio. Mi bisabuela le acompañó al cementerio, momento que el padre (el ex de mi abuela) aprovechó para llevarse a la otra hija con él, no sabemos si para cuidarla mejor o para que arrimara el hombro en las tareas caseras. Pero su relación era mala y muy joven la chica se queda embarazada, el padre la echó de casa, y tuvo que volver con mi bisabuela. Su hija, sobrina de mi madre, se crio muy cercana a ella por edad y afinidad.

Aún tuvieron tres hijos más mis abuelos (una hembra, el único varón y mi madre, la más pequeña) viviendo no sabemos en qué condiciones, si como criada, como pareja, como amante o como qué. La favorita de mi abuela era la que llevaba su nombre, la primera que crió en casa de mi abuelo. El único varón tuvo una actitud rebelde, desagradable con  las hermanas; parece que no era amante de la higiene ni del trabajo y hacía bromas pesadas, seguramente como única forma de llamar la atención. Aunque aún vive, nunca le conocí, pero me imagino que sentiría frustración y rabia contenida por el desdén del padre, y seguramente se sintió debilitado e impotente por la excesiva protección y expectativas de la madre hacia él.

Y finalmente se casaron mis abuelos, cuando mi madre tenía ya 5 años.  El matrimonio duró sólo tres años, cuando mi abuela enviudó.

Pocos comentarios necesita la historia, es fácil imaginarse el sentir y la lucha de esta mujer a la que conocí poco,  hasta que yo tuve 12 años. Sólo que me parecen obvios patrones que se repiten y me siento identificada en muchos de ellos: embarazo joven, dos matrimonios, rechazo familiar, abandonos, sumisión, culpas, complejos…¡y sólo es una rama del gran árbol familiar…!

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