Mi abuelo el molinero

Mi abuelo se llamaba Manuel, nació en 1873 y tuvo una vida muy intensa. Se casó tres veces, tuvo 18 hijos, 5 de ellos muertos “a corta edad”, una hija fusilada en la guerra civil y un hijo no reconocido. Una de sus hijas casada con su hermano (su tío), dos hijas abandonadas en un orfanato hasta los 8 y 9 años y varias hijas vivas llamadas con el mismo nombre de su madre (de distintas esposas). Tras enviudar dos veces, tuvo 6 hijos con su criada (mi abuela) antes de casarse con ella, tres años antes de morir. Se enriqueció, se arruinó por la enfermedad de la segunda esposa, los hijos de ésta litigaron con él durante años por la herencia, y volvió a enriquecerse.

Mi abuelo era un hombre alto, altivo, grande en todos los sentidos. Fue por lo visto un hombre sociable, de muchos y buenos amigos, emprendedor, de mente abierta, de fuerte carácter, constante y tenaz. Se instruyó en su juventud, y terminó siendo tesorero del Ayuntamiento donde residió la segunda mitad de su vida. Allí llegó a tener comercios de distintos tipos que anunciaba en amplios espacios en los diarios de la época; pero su principal negocio fueron las panaderías y el molino de harina junto al río. Formaba parte de los ilustrados del pueblo y dicen que era un hombre muy inteligente, adelantado a su tiempo y apreciado en todo el pueblo (alguna excepción habría, digo yo). Debió ser paciente pero firme, exigente, de ideas claras y visión de futuro. Tendría bastante seguridad en sí mismo cuando en una época tan delicada, donde imperaba la “moral” de la iglesia, se permitió tener tres hijas no reconocidas y otros tres hijos fuera del matrimonio. Por mucho que los usos y costumbres del lugar y la época no eran los mismos que ahora.

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Solo tengo de él un retrato con mi abuela, el testamento recién aparecido que es una completa biografía de su vida, y un cuaderno donde apuntaba todo: tanto el precio del grano, como la fecha en que nacía una vaca o en la que nacía un hijo. Parece que según él eran cuestiones equiparables, porque no creo que la escasez de papel fuera tan acuciante. También cuento con los recuerdos apasionados de mi madre, abundantes, a pesar de quedar huérfana de padre a los 8 años, pero cuya admiración sin disimulo hacia él obliga a mantener algunas reservas sobre sus relatos.

El primer matrimonio de mi abuelo.

Procedía de una gran población en la que empezó pronto a trabajar en la panadería familiar. Siendo un adolescente, por desavenencias con su padre se marchó a trabajar a la capital como albañil. Sus manos, acostumbradas a la suavidad de la masa de harina, sangraban con los ladrillos y el cemento, pero su orgullo debió de ser más fuerte que sus manos y resistió hasta que su hermano abrió una panadería en un pueblo de la sierra y se fue a trabajar con él. Tenía también una hermana de la que se sabe poco más que el nombre, que era igual que el de su madre, igual que el de dos de sus hijas.

Allí conoció a la que sería su primera esposa y parece que el gran amor de su vida. Se casó a los 20 años con una mujer con nombre de varón: Jesús, se llamaba. Con ella tuvo dos hijos que murieron pequeños y una hija tocaya mía solo que añadieron Tuburcia a su nombre. Una rareza que no conseguimos explicarnos. Muy pronto quedó esta niña huérfana de madre y viudo mi abuelo. Fue siempre su favorita: paseaban juntos por el pueblo y ella presumía de que en vez de su padre era su novio y él sonreía complacido. Quizá un complejo de Edipo tan intenso la llevó a casarse con su tío, el hermano menor de mi abuelo, con la bendición previa de éste, que decía que cada uno es libre de enamorarse de quien quisiera.

No sabemos muy bien el motivo por el que se trasladó al cercano pequeño pueblo de la sierra donde pasaría ya el resto de su vida. Quizá porque conoció a la que sería su segunda esposa: Catalina.

El segundo matrimonio de mi abuelo

Mi abuelo tenía 27 años cuando en 1900, se casó con esta mujer, 4 años mayor que él, y con una salud mental frágil toda su vida. Según consta en el testamento, ella aportó al matrimonio dos propiedades heredadas que tuvieron que ser vendidas para atender la enfermedad de ella y sus recaídas. En un principio vendieron una, y más tarde mi abuelo compró tres fincas que puso a nombre de ella para “compensarla”. Finalmente, la esposa recayó de su padecimiento mental y tuvieron que vender todos los bienes para costear los tratamientos. Con ella tuvo 8 hijos, aunque nada menos que 5 murieron pequeños. Parece que mi abuelo la quería bastante, ya que durante toda su vida juntos la cuidó sin reparar esfuerzos ni gastos.

Ella era por lo visto muy aficionada a las plantas, a los rosales en particular, y especialmente a uno de color amarillo tornasolado plantado en la puerta de su casa. A su muerte, mi abuelo hizo trasplantar el rosal en su tumba y mi madre recuerda haber visto las grandes rosas que florecían de él durante años.

Así que llegaron a adultos solo tres hijos de este matrimonio: una hija y dos hijos. La hija mayor nacida en 1901, se hizo maestra de escuela y se casó con un empleado de correos. Les destinaron a una población costera, cerca de la frontera con África y allí tuvieron un hijo. Cuando este niño tenía 5 años, poco  después del levantamiento franquista, fue fusilada junto a su marido por negarse a quemar unos libros “rojos” y no renegar de sus creencias. Al huérfano lo crió la familia de él aunque a su manutención contribuyó mi abuelo de por vida, dejándole su parte en la herencia. Parece que este hombre se casó en Jaén, estudió telecomunicaciones y terminó viviendo en Madrid donde tuvo 3 hijos. Pero eso sería más adelante.

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Al primer varón de mi abuelo le pusieron, como era de rigor, el mismo nombre que al padre y el hermano de mi abuelo. Este parece que era inteligente y hábil para los negocios (continuó con la panadería del padre hasta que enfermó ya mayor); pero también dedicó una gran parte de su tiempo y energía a leer e investigar, a estudiar de manera autodidacta, a dar forma a un “invento”: la construcción de un artefacto relacionado con el movimiento continuo. Se encerraba días y días en el soberado de su casa, para desesperación de la familia: su esposa, una mujer de carácter y los 4 hijos que tuvieron. El mayor de ellos continuaría con la obsesiva tarea de terminar el invento, las maquetas y planos que dejó inconclusos el padre, a su vez, para desconsuelo de todos y ruina de la familia. Finalmente pudo patentarlo en 18 países aunque nadie sabe muy bien qué utilidad o aplicación llegó a tener. Su segunda hija se quedó en el pueblo y tuvo un único hijo que es el vivo retrato de mi abuelo. El siguiente hijo permaneció soltero, padecía también problemas mentales y la menor se marchó a vivir a Alemania, se casó con un alemán con el que tuvo tres hijos, y allí sigue.

El otro hijo varón de mi abuelo, al que llamó Manuel como él, quedó trastornado mentalmente de por vida después de participar en la guerra del Rif. Debió de ser un hombre, además de inteligente y cariñoso, extremadamente sensible, que no soportaría los horrores y penalidades de su etapa en África. Mi abuelo en el testamento nombra tutor a su hermano mayor, que le cuidó mientras vivió. A su muerte, se encargó de cuidarlo su sobrino y su esposa, una señora también de carácter. Durante temporadas se recluía en sí mismo y caminaba hablando solo; la gente le temía (se teme lo que no se comprende) aunque nunca fue una amenaza para nadie. Mi madre sentía hacia él una conexión y un cariño insustituibles.

Tras la muerte de la segunda esposa de mi abuelo, los hijos le pusieron un pleito reclamando la herencia de la madre. Después de 4 o 5 años litigando el tribunal finalmente falló a favor de mi abuelo.

Y conoció a mi abuela

Según cuenta mi madre, mi abuelo le confesó una vez que tuvo un romance con una mujer de un pueblo cercano y tuvo un hijo varón con ella al que nunca le dio sus apellidos. Se supone que estando viudo, pero ese detalle no está confirmado.

Cuando mi abuelo tenía 54 años vivía en una amplia casa en el pueblo, obrador de pan y despacho, y entró a servir como criada mi abuela Francisca de 29. 

Al poco tiempo quedó embarazada de mi abuelo y llegó a tener 6 hijos con él antes de casarse, tres años antes de morir, y porque el cura del pueblo le presionó para que “arreglara su situación». La naturaleza de la relación será siempre un enigma: puede que la necesidad de afecto de mi abuela, quizá deslumbrada por un hombre con educación y buena posición…. o quizá que mi abuelo se sintiera solo y mayor…. Empezara como fuera, el caso es que estuvieron juntos más de 14 años y que mi abuela le cuidó con esmero hasta el final de su vida.

Esta fue una época próspera en los negocios para mi abuelo que además heredó de sus padres parte de una casa, un molino marinero y una huerta. Sus dos hermanos, no sabemos la razón, renunciaron a su parte de herencia en favor de mi abuelo, según consta en el testamento.

Se fueron a vivir al molino, junto al río

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A los pocos años de estallar la guerra civil llegaron los bombardeos al pueblo y un clima asfixiante de miedo y delaciones. Mi madre recuerda esconderse bajo las escaleras abrazada al regazo de su madre, que pensaba que allí no les afectaría un posible derrumbe de la casa. El abuelo, conocedor a fondo de la situación política, decidió irse a vivir al campo, al molino de harina junto al río, para estar apartados y protegidos. El quería que su hija la maestra se fuera a vivir con ellos pero no consiguió convencerla y evitar su fusilamiento.

Allí vivieron alejados de los hijos de la segunda esposa que se quedaron en la panadería y que recelaban del crecimiento de la nueva familia. Allí recuperarían con 8 y 9 años a las dos hijas paridas y abandonadas en el orfanato de la ciudad. Allí se irían a vivir con el tiempo los padres de mi abuela y allí también intentó en vano ser acogida la hija de su primer matrimonio cuando su padre la echó de casa por quedarse embarazada joven y soltera. Mi abuelo le pagó la manutención en la casa de una señora hasta que dio a luz a su hija, porque no le parecía buen ejemplo (!¡) para sus hijas una madre soltera.

Mi abuelo era diabético. Su amigo el médico iba al campo de vez en cuando para revisar su salud y solucionar las obstrucciones de vejiga que le provocaba su propia enfermedad de vez en cuando. Una de las veces que le ocurrió, el médico estaba de viaje y murió en pocos días con bastante sufrimiento, a los 72 años. Curioso que mi padre, de una personalidad que me recuerda bastante a la de mi abuelo, padeciera el mismo problema en la vejiga.

En fin, una vida intrincada, compleja, con personas llenas de contradicciones, de sufrimientos, de superación. En la que parece que se alternan generaciones de hombres y mujeres capaces, fuertes y prácticos, con otros sensibles, inteligentes e idealistas. Todos llevamos un poco de todo de esto dentro…. Esta historia, aún no acabada, es intensa en emociones, extensa en anécdotas y profunda en su significación, al menos para mí. Requiere tiempo dejarla reposar para poder digerir, para separar la paja del trigo con delicadeza y sabiduría. grandparents-1927320_1920-1.jpg