Me voy a Francia

En unos días me voy a Burdeos con billete de ida solamente. La excusa es aprender francés, explorar la zona, disfrutar una experiencia nueva. Pero en realidad me voy porque me lo piden las tripas y esta vez decidí hacerles caso.
Me matriculé en un curso intensivo de 4 horas diarias en la Alianza Francesa y me alojaré con una familia que la institución me buscó en régimen de media pensión. Me ofrecían también una residencia pero me pareció menos brusco el cambio alojarme, igual que mis inquilinos, en la habitación de una casa familiar. Y así veo el otro lado  de la moneda: de casera a huésped.

Es mi primera vez. Nunca antes me fui tanto tiempo sola de viaje y menos al extranjero, a una ciudad extraña, sin conocer a nadie y manejando apenas el idioma. Pero hasta ahora todo ha sido fácil, muy natural, como cuando dicen que algo “fluye”. El vuelo muy barato, las fechas de los cursos me cuadraron, los requisitos alimentarios atendidos sin problemas… Incluso encontré rápido un casero para que me siga llevando el negocio de mi casa… (imprescindible para poder sostener la aventura). Además me siento apoyada tanto por mis hijos como por mis terapeutas en el experimento. Mi naturaleza ansiosa me tiene desconcertada porque cada día estoy más serena y segura, aunque no falten obstáculos-excusas que en otro momento me harían replantearme la partida.

Sabía desde hace tiempo que quería alejarme de mi casa. Cuando lo hago temporalmente siento una mejora inmediata desde el mismo momento en que tomo el tren o el coche para estar unos días fuera, da igual dónde. No hay explicación razonable para ello. He llegado a pensar que había malas energías, o demasiada energía o demasiado poca donde ahora vivo. Quizá excesiva gente alrededor o mucha soledad a pesar de tanto bullicio. Ahora ni siquiera está mi hijo el pequeño (aunque mida casi dos metros siempre será mi pequeño) como excusa, por más que la convivencia con él es fácil, agradable. Precisamente está también en Francia, en el norte, estudiando durante unos meses.

Aunque ahora tengo más intimidad que nunca, más libertad y autonomía… SÉ que debo irme. No sé por qué la casa parece que se me cae encima. Y eso que ahora está preciosa, con un jardín que todos admiran, muy cuidada en todos los detalles, confortable y acogedora. Creo que atravieso una especie de “síndrome del nido” eso que nos pasa a las mujeres cuando estamos a punto de parir y nos obsesionamos en que todo esté preparado hasta el último detalle, limpio y ordenado, a punto para pasar revista. Acondicionamos el hogar para recibir al nuevo retoño que viene al mundo. Quizá yo esté simulando el alumbramiento de la niña, o de la muchacha (yo misma, obvio) que aún no ha visto la luz.

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Esto de las escapadas está siendo una constante en mi vida cada vez con más frecuencia y duración. Quizá me conviene alejarme para tener perspectiva sobre mi propia vida, sobre lo que siento y poder ver qué está fallando o simplemente qué necesito mejorar, cambiar para sentirme mejor.

La última vez que me fui sola un mes a una casa alquilada al campo pude ver con claridad que tenía que separarme de mi pareja, puede percibir qué estaba sucediendo con mis hijos, sobre todo los que vivían conmigo y supe qué cambios tenía que hacer. Y los hice y funcionó. Por más que haya sido duro atravesar el túnel.

Ahora no tengo ni idea de qué pasará. No sé cuando volveré. Hasta cuando aguantarán la determinación, las ganas y la economía. Cuándo tardaré en ver lo que sea que tenga pendiente. Solo sé en el fondo de mí que es hora de irse.
Quizá no sea más que cumplir un sueño de adolescencia. Estudiar fuera y  aprender idiomas es una meta que nunca cumplí. Puede que mi vida se quedara desde entonces estancada en la adolescencia de alguna manera. Quizá venga de ahí ese descontento permanente, esa búsqueda constante, esa necesidad de experimentar esto y aquello, de buscar aquí y allí sin elegir nada, sin focalizarme en ningún proyecto definitivo, sin darle a mi vida, a estas alturas, ningún camino estable (ni en profesión ni estado, como dice mi peculiar siquiatra). ¿y si viviendo este sueño antiguo consigo dar paso a la serena madurez?

Ya tengo ganas de llegar aunque no es que esté especialmente ilusionada. Es más bien que anhelo la sensación de descanso que sentiré, supongo, cuando el avión despegue y no haya más preparativos, no tenga más listas de tareas que hacer, no pueda organizar nada más. Ya no tendré más remedio que vivir la aventura que un día me propuse. Solo tendré  que atender el momento, el día a día, sobrevivir y lidiar con lo que venga.

Estoy bastante extraña. Hay personas que me dicen que soy valiente y me sorprende, porque no me siento así. Me siento entregada, expectante, resignada casi a lo que de una manera muy natural TOCA hacer ahora. Claro que estos días ando un poco nerviosa, con más tensión de lo habitual. Pero me pone más ansiosa la obsesión por dejármelo todo perfectamente (ay! el perfeccionismo) que por el hecho de empezar una nueva vida que no sé dónde me llevará. Tuve que modificar médicas, reunir medicación, reparar pequeños desperfectos, dejar medio armario libre para el casero (uno de mis hijos), preparar documentación y lo me menos me suele gustar: preparar el equipaje!. La dichosa maleta que padece un obstinado sobrepeso: no baja ni a tiros hasta los 20 kilos que como máximo puedo llevar. Se ve que aún no soy capaz de viajar tan ligera de equipaje…

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Cuando acaben las cuatro semanas de curso me iré a visitar a mi hijo al norte, ya tengo los billetes de ida y vuelta a Burdeos. Y luego, en los días de Reyes volveré a casa unos días de visita a ver a mis hijos y nietos. Pero la idea que tengo es buscarme en estas primeras semanas un pequeño piso allí, alquilarlo y quedarme unos meses…. A ver qué pasa.

Cuando vaya a ver a mi hijo, cerca de la frontera germano suiza, tendré que lidiar con un clima que nunca viví y que no me atrae especialmente: la nieve y el frío intenso. Hacer la maleta está siendo por eso todo un reto. Menos mal que empecé  con tiempo a prepararla y no la dejé para media hora antes de salir como acostumbro.

Presiento que todo será fácil: alquilar el piso, conocer gente, estar a solas conmigo. Quizá escriba, vaya al gimnasio, o a bailar. Me gustaría hacer excursiones por el gran parque natural colindante, o puede que vaya a visitar el océano cercano. Pretendo conocer los alrededores, recibir a mis amigas: dos de ellas ya tienen billete de avión para ir a visitarme. Y nada. No pretendo nada en especial. Escuchar lo que la vida tenga que decirme. Quizá descubra algo o quizá descubra que no hay nada que buscar ni que encontrar. Quién sabe.

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