¿Te imaginas tener muchísima sed y poner la boca bajo un enorme chorro de agua cristalina? Una suerte poder beber a grandes tragos por fin, hasta hartarte, hasta quedar hastiada del ansiado líquido. Después de tanto esperarlo parece un inmenso consuelo, pero precisamente la enormidad de caudal, la potencia del torrente, impide que puedas realmente beber más que unas salpicaduras de agua y te quedas sedienta. No atinas a tragar lo que con tanta fuerza te avasalla más que te nutre.
Soy aficionada a las metáforas (no siempre certeras, dicen) y ahora me siento identificada con esta por cómo la vida me atropella: de acontecimientos, de situaciones, de emociones intensas -agradables y no tanto- y apenas me da un respiro para tragar, para digerir e integrar. Estoy tan abrumada de tanta cosa, que me quedo al final con sed, hambrienta. Cada vez soy más capaz de disfrutar y encajar los reveses que van incluidos en el lote de la vida, pero no sé cómo sortear tanto proyectil, tanta algarabía, me agoto en la briega. En estos casos vuelvo a adoptar la estrategia de supervivencia que desde chica me ha funcionado: congelarme, replegarse, esconderme y esperar a que pase todo. Y lo que pasa es la vida, claro. Y yo sigo famélica.
A veces consigo beber un trago en una fuente serena, de aguas claras donde apago mi sed y me calmo. Me imagino la pequeña fuente de El Caimán, en un valle perdido del parque de Los Alcornocales en Andalucía, donde un pequeño chorrillo de agua que nace de la tierra, discurre por una vieja teja que canaliza el caudal. Allí fui a beber muchas veces, a nutrirme de la paz y el silencio. Sentada en el suelo en pendiente, sobre la hierba siempre húmeda y fresca, vislumbrando entre grandes alcornoques las montañas que me rodeaban.

Eso me alimenta: sentir la brisa en el cuerpo, el olor a tomillo y romero, escuchar los pájaros, el leve crujir de las ramas altas al viento. Respirar y nutrirme de la naturaleza en estado puro dejando que el sonido del pequeño caño me hipnotice, se lleve mis pensamientos y quedándome a solas con las sensaciones. Ahí es nada.
PAS
No sé si algún día hablé (si me repito, no está de más) de los PAS como llaman ahora a las personas de alta sensibilidad. Mi siquiatra me anunció hace ya tiempo que me tocó la chinita y no es ningún premio. Es una condición más que te hunde si no aprendes a manejarla e incluso puedes sacarle partido. Es más fácil ser del montón, una persona normal y corriente, con pequeños deseos, sin darle demasiadas vueltas a la cabeza, que disfruta de las pequeñas alegrías de la vida, que no se perturba fácilmente. Pero me temo que no hay otra que aceptar lo que toca.
No es algo tan extraordinario, los entendidos dicen casi un 14% de los humanos tenemos esa cualidad (cada uno a su manera) y nos sentirnos bichos raros por eso. En mi familia de origen subimos dramáticamente ese porcentaje, con el agravante de que suele haber patologías mentales asociadas. Yo, por ejemplo, ya tenía bastante con mi carácter ansioso y depresivo y esta cualidad, seguramente ligada a ese carácter, no ayuda. Otros padecen diversos trastornos que a todos nos angustian por el sufrimiento que llevan apareados y el tabú que hay siempre en torno a la enfermedad mental. Solo con conocer los antecedentes familiares (algo cuento en este blog, aunque sea de pasada) se puede hacer cualquiera una idea de lo que se cuece en la mía. El caso es que a todos nos ocurren cosas cada día. Muchas cosas. Unas detrás de otras y a veces superpuestas. Pero imagino que no a todos le pasan tantas o no todo el mundo se siente desbordado con tanta frecuencia como yo ¿o sí?
Si una mosca vuela en el salón y estoy cansada me atraviesa el tímpano su zumbido como si fuera un helicóptero. A la hora de comer necesito un silencio casi monástico, no soporto ni la música (salvo que sea tranquila y a volumen bajo): el ruido no solo me impide disfrutar de la comida sino hasta digerirla. Algunos olores fuertes son insoportables al punto que me cierran la garganta, como si me produjeran una reacción alérgica: nunca soporté los desodorantes de espray, la laca o los insecticidas, por ejemplo, y los ambientadores son la peor de las pesadillas. Pueden ser perfumes, no tienen por qué ser desagradables tufos orgánicos o químicos. Con la vista es parecido: necesito orden y armonía a mi alrededor y cada vez resisto menos tiempo en grandes supermercados o centros comerciales.

Abarrotados de estímulos, de colores, de precios, de marcas… tanta información, colores y luces me saturan hasta sentir náuseas. A veces uso la estrategia rudimentaria de entrecerrar los ojos, enfocar la mirada en tubo, o mirar al sueloo centrarme en la respiración para poder salir airosa de esa trampa mortífera.
PARIS
Estuve de nuevo unos días en París y me resulta agotador. No porque ande todo el día pateando la ciudad inmensa y vibrante, llena de belleza y contrastes. Solo pasear por las calles, con tantos edificios, gente tan diversa, tanto comercio… acaba con mi energía. Por no hablar de cuando visito un museo o viajo en metro. Por cierto que hay empleados solo para empujar a la gente en los vagones y optimizar la carga de pasajeros. Parece una montaña rusa, puedo sentir la presión de la velocidad, el ruido ensordecedor de los raíles, la diversidad de olores, colores, indumentarias (y las historias que imagino de cada uno de los pasajeros). En unos días ya estoy desbordada, no le caben más estímulos a mi cabeza.
No todo es siempre tan difícil. Es solo que estoy cansada, desbordada de tantas cosas como me pasan últimamente y se hace todo demasiado grande o yo me hago más pequeña. Concretamente, todo lo relacionado con las personas cercanas, las que me importan, es lo que más me perturba. Las buenas y malas noticias se acumulan y me desestabilizan. Hay momentos vibrantes de emoción y otros que me hunden en el lodo, que me empantanan y como si fueran arenas movedizas, me atrapan hasta que milagrosamente salgo otra vez, agotada. Gracias al trabajo terapéutico que sigo haciendo, cada vez tengo más recursos para sortear los desafíos o salir antes del fango, sé cuidarme mejor, estar más centrada en mí misma y tener relaciones más sanas con los demás. Ya no me tiro al cuello de nadie buscando un salvador pero aún me dejo atrapar a veces por quien se me agarra para que le salve. Y eso es imposible y dañino para todos. Solo nos podemos acompañar pero cada uno es responsable de su vida. En realidad, en lo más profundo de nosotros, estamos siempre solos.
Otras cataratas
Hay otras cataratas que a veces pueden crecer en los ojos y que como una cortinilla filtran (y a veces impiden) ver lo que se percibe de la realidad. No entraré en un soliloquio sobre si existe la realidad (una o muchas) o cada uno tiene una percepción subjetiva del entorno sensible (por aquello de se percibe por los sentidos). Aprecio cada vez más la vida, estoy ávida de seguir aprendiendo, experimentando, pero es tanta la cantidad y la intensidad de las situaciones que atravieso que no me da la garganta para tragar tanto. Quizá es que estoy más “descongelada” más vulnerable. Puede que esa cortina, o más bien coraza protectora que tanto me sirvió en la vida, se está diluyendo y me voy dejando sentir cada vez más. Con menos miedo, con más autenticidad… pero la transición no es siempre suave, las sensaciones son tan fuertes que a veces duelen y a fuerza de sentir al final me quedo “seca”. Léase atolondrada, desbordada, cansada, melancólica, exhausta.
Quiero gozar de simplemente beber en una fuente tranquila, despacio, saboreando como corresponde a mi edad y circunstancias. Sin asustarme de la imagen que el agua refleja, apreciando lo que veo, sin temer que me sobresalten, agradecida de apagar la sed, sin la agonía de que se acabe el agua ni la culpa de que otros no hayan encontrado aún su fuente. Yo no soy responsable más que de mí. A ver si me lo creo.

No sé si será qe somos familia pero me siento identificada contigo, yo también sufro de depresión hace más de veinte años y siento lo qe tú comentas en este relato, no me encuentro a gusto donde anda mucha gente y prefiero la soledad de la naturaleza , ya te envío un abrazo
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Sí, en nuestra familia se han vivido historias muy duras en generaciones pasadas que de alguna manera nos toca sanar a los que venimos detrás. Mucha fuerza y tino para seguir adelante. Un fuerte abrazo Mari Luz.
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