Tanta lucha contra las drogas “duras” y ahora resulta que pueden ser útiles. A mí me provocan bastante respeto: soy miedosa por naturaleza y además tuve una mala experiencia en mi juventud con una de las más populares que me hizo sentir un rechazo profundo por todas las ilegales, que de las otras…
Los que somos mayores todavía nos acordamos cuando la palabra droga era incluso tabú. Nuestras madres nos advertían de no aceptar nunca caramelos o bebidas que nos ofreciera un desconocido. Sin decirlo daban a entender que podrían contener sustancias «extrañas» que te dejaran a sus expensas. Se contaban historias de personas que con solo hacer oler un pañuelo o rociando un spray, te robaban la voluntad y el dinero.
Pero lejos de la leyenda, hoy día hay drogas y drogas. Unas legales, otras prohibidas, perseguidas, otras consentidas. Unas aceptadas socialmente y otras que nos asustan nada más nombrarlas. Algunas bastante extendidas, prescritas por médicos y consumidas dócilmente por personas que, como yo, no creemos poder salir adelante sin una muletilla que nos sostenga, algo con lo que calmarnos internamente. No importa que haya superado desafíos complicados en la vida, ni que otros piensen que soy fuerte. Ni que yo sepa que son un espejismo, una trampa de la mente ilusoria y que a veces no tienen más efecto que el de un placebo.
Llevo años con distintos objetos y grados de adicción, aunque cambie la etiqueta del frasco según el momento. He llegado a sufrir cuadros de abstinencia a sustancias recetadas por el médico sin saberlo, que me han llevado al hospital varias veces. La presión a la que me someto para tomar la mínima dosis de estos medicamentos resulta ser contraproducente, un autosabotaje, otra manera de huir corriendo hacia adelante. Qué paradoja: fruto de la propia ansiedad, la prisa por reducir la medicación, que empeora el estrés, la angustia… que a su vez aumenta la ansiedad. La rueda de la vida!!
Pero vamos, a casi cualquier cosa la podemos llamar droga y quedarnos colgados. Hay adicciones de lo más variopintas y de las que apenas nos damos cuenta: podemos ser adictos a acumular (objetos, dinero, conocimientos…), al éxito, al trabajo, al reconocimiento o a los placeres de la vida (al sexo, al sofá o a la fiesta). No me refiero a la alegría genuina, a la serena felicidad, eso es otra cosa, aunque también podemos engancharnos a la “pose” espiritual o a los libros de autoayuda.
Es muy frecuente también depender, como si de una droga se tratara, de ciertas relaciones, aunque sean tóxicas para nosotros. Y cuesta reconocerlo, porque al hacerlo, nos vemos abocados al abismo de la decisión. Podemos ser adictos a la comida, a los viajes, a las experiencias intensas, e incluso a ciertas emociones negativas: al sufrimiento, al victimismo, al rencor, a la carencia. Parece que el cerebro segrega sustancias en esas situaciones a las que podemos aficionarnos hasta el punto que forman parte de nosotros. Y nos sentimos incómodos sin eso, no nos reconocemos. Aunque duela. Más asusta el cambio, el vértigo de lo desconocido.

Una dulce, extendida, aceptada… y peligrosa adicción
Las drogas psicodélicas
A pesar del trabajo de psicoterapia que hago durante años, me preocupa mi dependencia de ciertos medicamentos por sus efectos secundarios y adictivos. En la rumiación que practico con frecuencia, me puse a idear cómo deshabituarme. Mirando métodos y hasta clínicas me topé con varios artículos y un interesante documental de Netflix (qué sería de muchos de nosotros sin esta droga!) titulado “Cómo cambiar tu mente”. En los 4 capítulos de la miniserie se exponen los orígenes, el recorrido, los usos y la situación actual de drogas como el LSD, el éxtasis, los hongos alucinógenos y la ayahuasca. Palabras mayores.

Resulta que durante la “revolución” de los años 60 del siglo pasado, cuando se descubre y extiende el uso y abuso de estas sustancias, se comienza a investigar en los laboratorios de universidades y farmacéuticas, especialmente de Europa y Estados Unidos, el efecto positivo de estas drogas en el cuerpo y en la mente. Pero el gobierno de Nixon, que empezaba a tener dificultades en reclutar jóvenes para la guerra de Vietnam, prohibió el uso de estos alucinógenos que misteriosamente transformaba el patriotismo en resistencia, la obediencia en libertad. Y esta prohibición se extendió no solo al consumo sino a la investigación, y no solo a su territorio sino a todo el mundo.
Renacimiento
Pero hace un par de décadas, la epidemia de enfermedades mentales, especialmente la depresión, ha aflojado la mano de los mandamases que, apiadados del dolor ajeno (cosas más raras se han visto) o interesados en reducir los costes socioeconómicos de estas dolencias, han retomado los estudios en muchos centros de investigación. La paranoia del Covid ha disparado el número de enfermos mentales y ha sido la gota que colma el vaso.
Y es que los fármacos siquiátricos, en mis pocas luces, no han evolucionado mucho desde su aparición (pero si se siguen aplicando electrochocks que yo creía ya desaparecidos!!). Alguna nueva marca comercial aparece de tarde en tarde con fórmulas parecidas para seguir generando ingresos, pero al final es seguir investigando cómo mejorar el rendimiento de la vela, cuando se trata de inventar la bombilla (esto no es mío, lo leí en algún sitio). Y a lo mejor esa “bombilla” son otro tipo de elementos que actúan de manera totalmente diferente en el cerebro y en el cuerpo.
Es esperanzador pensar que con microdosis de estas impopulares sustancias se puedan conseguir recuperaciones impresionantes o acortar increíblemente los tiempos de curación, o calmar el dolor intenso en personas que llegan a preferir irse al otro barrio. En experimentos con miles de enfermos han obtenido buenos resultados: a veces con una o varias ingestas se producen remisiones impactantes de adicciones, depresiones, TEP, TDHA, TOC, entre otras. Ya sabéis: Trastorno por estrés postraumático, Trastorno por déficit de atención e hiperactividad, Trastorno obsesivo compulsivo… (Al que lucha contra alguna de estas enfermedades no hace falta explicarle las siglas). Parece que la clave está en el estado alterado (pero no descontrolado) de conciencia que provocan y que ayudan a «ver» el origen emocional o espiritual de la enfermedad. Y de esa comprensión, una vez integrada, vendría el cambio incluso de la bioquímica cerebral.
El viaje
Cuando yo era bastante más joven, padecía frecuentes colapsos del sistema digestivo que me dejaban sin poder comer durante días. Ha sido mi forma de somatización preferida cuando he vivido momentos duros de “digerir”. En uno de esos periodos en que llevaba casi una semana solo a base de arroz y manzana cocidos, asistí a una fiesta de cumpleaños donde nos reunimos un grupo de habituales entre amigos y familiares. Yo iba con mi primera hija (y por entonces única) de unos 5 años y mi primer marido. Me daba miedo comer porque cualquier cosa podría empeorar mi digestión, pero había un apetitoso pastel casero que era irresistible. Comí más de una porción sin sospechar que además de frutos secos tenía otro ingrediente. Al poco, me extrañó mi propia forma de reir: no podía parar!! y resultaba desconcertante. Enseguida fui al baño dando tumbos y empecé a sentirme mal: la mandíbula bloqueada, todo el cuerpo temblando, náuseas, dolor de cabeza… Fui presa del pánico porque no tenía ni idea de lo que me pasaba. Pedí ayuda, pero los que “sabían” me disuadieron de llamar al médico o llevarme al hospital. Me duró el colocón casi dos días, en los cuales dormía intermitentemente, me sentía fuera de la realidad, viendo figuras geométricas de colores que giraban sin parar cuando cerraba los ojos. Cuando el efecto fue pasando, recuerdo hipersensibles los sentidos, especialmente el olfato y el oído. Como si tuviera superpoderes y pudiera oler cosas a mucha distancia y la música que oía a lo lejos despertaba en mí una sensación más intensa de lo habitual.

Tengo claro que mi debilidad y la notable cantidad que ingerí junto con mi naturaleza ansiosa y miedica, empeoró la experiencia, pero se me quitaron las ganas de probar nunca más.
Expectativas
No quiero crearme demasiadas expectativas en que aparezca ahora un producto milagro que alivie todo tipo de sufrimiento. Pero anhelo profundamente que aparezca «algo» que alivie el calvario de la depresión o de la ansiedad; o el dolor que no responde a otros fármacos como las cefaleas de racimo, o dolores y angustia de los enfermos terminales de cáncer. Para éste último caso ya lo están usando en un hospital de Estados Unidos, por cierto.
Es un tema serio. No hay más que ver a nuestro alrededor: todos los que tenemos una cierta edad hemos conocido a alguien que ha destruido su vida con este tipo de drogas. La diferencia está en el cómo, dónde y cuánto. El veneno está en la dosis, dicen.
Desde siempre, aunque sean ilegales, algunas de estas drogas se usan en entornos alternativos con fines curativos, sin que (que yo sepa) produzca cambios milagrosos ni mejorías definitivas, por mucho que acceder a estados alterados de conciencia pueda dar luz sobre caminos que emprender o piedras que remover en nuestro camino. Vamos, que son quizá útiles pero limitada su eficacia.
Creo que sin un seguimiento profesional para adaptar las dosis a la sensibilidad y estado de cada persona será como matar moscas a cañonazos. Puede ser retraumatizante, aterrador y contraproducente. Pero lo más importante de todo estoy convencida que es el acompañamiento sicológico, que alguien de verdad preparado y sensible acompañe en la experiencia, que ayude a integrar el “viaje”, a darle sentido, a transmutar el trauma en crecimiento, el dolor en fortaleza, la visión en sabiduría.
En España se están haciendo también estudios, pero dicen que hasta dentro de dos o tres años no se llevarán a la práctica los primeros experimentos. Para que se extiendan los tratamientos a la población general me temo que falta aún más por mucho que las farmacéuticas se estén frotando ya las manos. Así que seguiré rellenando mi pastillero una buena temporada, que no sé si tiene más utilidad que la de servirme para saber el día de la semana en el que estamos.
Menuda pluma tienes ! como siempre leyendote aprendo, me emociono y me divierto con tu humor . bravo
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Gracias, Soledad. No puedo pedir mejor comentario que este!
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