
Cuando mi padre murió, hace ya tiempo, empecé años antes a hacer el duelo. Después de su “partida” vinieron las extenuantes gestiones burocráticas de la herencia, la venta de la casa de campo que habitaron los últimos 20 años, el reparto de muebles y enseres… Lo normal. Pero ahora, con mi madre, el proceso se ha invertido: han comenzado las gestiones, se vendió la casa familiar, se hizo el reparto de enseres y hasta de joyas. ¡Pero mi madre está viva!! Desde la residencia de mayores que la acoge desde que se fracturó varios huesos, ha sido ella la que ha impulsado ese proceso. Querrá irse con los deberes hechos.
Trato de anticipar el duelo, de irme haciendo a la idea de su partida, que supongo será antes de la mía (porque se acerca a los 90 años), aunque eso nunca se sabe. Me toca desprenderme de todo lo que sustenta el recuerdo de lo que fue la vida familiar, las raíces. Y sobre todo me toca decir definitivamente adiós a la ilusión inconsciente de lo que pudo haber sido y no fue. Nada menos que cambiar (o vaciar) de contenido de la idea de “familia”: esa entelequia que nos hace pensar que la «sangre» común nos protegerá de algo, nos unirá de alguna forma, nos servirá de sostén. En algún caso será, pero no necesariamente.
La casa ahora vendida, la reconstruyeron mis padres hace 30 años. Yo nunca la habité, me marché antes de que la echaran abajo y la hicieran de nuevo, y mi madre la detestó desde esa reforma. El último año se le hacía ya difícil vivir allí: muy grande, un horno en verano, un congelador en invierno (por la pésima orientación), y sobre todo por las escaleras insalvables. De nada sirvió que mi padre, unas horas antes de morir, diera su última orden de reformar el baño para adaptarlo a limitaciones de la vejez. Pero al final, ese lugar representa la génesis, ese núcleo del que salí como pude, sobreviví, y gracias al cual ahora soy lo que soy.
Recuerdo bien cómo era antes, una casa de pueblo de planta baja, con dos ventanas a la calle, luego dos estancias sin ventilación directa, y como tercer “cuerpo”, cocina y comedor. El baño y otra habitación (la mía y de dos hermanas más) estaban al final del patio. Éramos 11 personas viviendo en esa casa: 7 hermanos y dos primas que vivieron con nosotros un montón de años, hasta que se casaron.

Es la primera casa que mis padres poseyeron en propiedad y en la que viví desde los 8 a los 16 años, cuando me pusieron de patitas en la calle por quedarme embarazada. Hace un rato pensaba en mi padre: después de lo que sufrió en su infancia, tanta soledad y miseria económica, se mató a trabajar para “vengarse” de la vida, para demostrarse a sí mismo que podía salir adelante incluso con ventaja. Por fin tuvo una gran (mejor dicho, extensa) familia, pudo comprar esa buena casa y poco después se presentó en el trabajo (que siempre detestó) con su primer coche nuevo de última marca. La satisfacción le duró poco, no podía ser de otra manera. Qué sentiría al darse cuenta de que se equivocó de camino; cómo sería su desconcierto al comprobar que nada bastaba para disipar su amargura… Solo los últimos años viviendo modestamente y aislado en el campo, enterrado hasta las rodillas en barro cuando llovía o bañado en sudor y polvo en verano, encontró algo de la paz que buscaba. Quiero pensar que ese retiro le ayudó a encontrarse consigo mismo y aceptar su propia vida, su destino. La comunión con la naturaleza, ver crecer entre sus manos las patatas (que cultivaba, comía y repartía), preparar sus conservas, aderezar sus aceitunas o degustar el aceite de sus olivos, le permitió saborear algo de gozo. Cuánto aprendizaje, si se puede “leer” en la vida de los otros sin que las emociones nos obnubilen.
EL DESMONTAJE
La venta ahora de la vivienda familiar ha significado desmontar una casa enorme de varias plantas llenas de muebles, objetos, recuerdos (no necesariamente gratos), hacer inventario, lotes y repartos entre los 7 hermanos.
Ha sido un proceso demoledor, extenuante física y mentalmente. Me han cogido por sorpresa las intensas emociones que se han despertado en mí y el “baile” que he tenido que danzar con las de mis hermanos.

Una vez más, mi reacción para protegerme fue huir hacia adelante: correr para que todo se acabara pronto. Y me extenué. Por más que intentamos evitar conflictos, siendo equitativas hasta llegar al ridículo, las tensiones entre todos a veces ha estado a punto de romper el fino hilo que une a la prole, aunque el vínculo sea temporal y por motivos prácticos.
Dice un refrán que a las parejas se las conoce en el divorcio, a los hermanos en la herencia, a los hijos en la vejez y a los amigos en los tiempos difíciles. He comprobado lo cierto que es.
Una vieja máquina de coser que nadie usará ya, manteles transparentes de tanto uso, viejas e incómodas sillas o un taburete desvencijado han sido motivos de refriegas subterráneas. No de enfrentamientos abiertos, en mi familia no se estila eso. Predomina más el uso de maniobras sutiles para darnos patadas en las espinillas sin decir ni “mu”: “que tú muestras interés en esto que me ha “tocado” a mí? Se lo regalo a otro”. Que estás interesado en un dedal? Pues yo lo quiero, aunque sea para nada. En fin, volvemos a ser los niños que llevamos dentro: niños heridos, rencorosos, presos de rencillas añejas, rezumando el dolor por los cuatro costados de lo que nos faltó. Cuando hablo de todos, me incluyo por supuesto. Es curioso comprobar algo que ya sabía: en las herencias no se “debate” por el valor económico de las cosas o por el dinero en sí, sino por el afecto que esas cosas representan y que para cada uno pueden ser diferentes. Un viejo cuchillo remendado puede ser el motivo de una refriega más intensa que un frigorífico nuevo. Tampoco es cuestión de que nos haga falta nada a casi ninguno: de hecho, quien más se debate menos necesita y al revés. Nunca vi tan claro la verdad de otro refrán: que no es rico quien más tiene sino quien menos necesita.
El acercamiento mínimo imprescindible para realizar la operación, me dejó entrever aún más claro los roles que cada uno hemos representado siempre en la familia: el hermano que juega el papel de mediador, los que mandan, de manera sutil o más tosca, el que se victimiza, el que se queda en la retaguardia, al acecho, el juez… cada uno en su papel. El machismo imperante que dirige nuestros comportamientos: por mucho que cambien los tiempos no cambian las mentes tan fácil. Y cómo nos buscamos excusas unos y otras para tolerar ciertas actitudes, por no confrontar. Y qué revuelo se forma cuando alguno se mueve de su sitio!: como si una ventolera echara por los aires todos los papeles de un escritorio.
En medio de este torbellino, sigo tratando de aceptar el declive de mi madre, la soledad y la dependencia. Me sorprendo aún descubriendo que a medida que nos hacemos mayores la vida no será más fácil, no habrá menos lucha, menos trabajo, menos sufrimiento, por el simple hecho de que seamos más vulnerables, más necesitados. Pero nada. Al final, a quien tiene la suerte de llegar a la vejez, muchas veces lo que le espera es la enfermedad y la dependencia. No te libra ni siquiera haber parido muchos hijos y haberte esforzado en hacerlo lo mejor que pudiste, aunque siempre está garantizado hacerlo mal. Al final, se acaba sintiendo bastante la soledad. Mi madre no se queja, agradece cada gesto, cada visita. Pero ahí están los hechos. Otra lección.

Si hay algo que me satisface en todo esto es poder estar calurosamente a su lado cuando puedo y, cuando no puedo, no siento culpa. Siempre fui la “niña buena” obediente y servicial para obtener afecto y reconocimiento, pero sentía que en el fondo, entre mi madre y yo, había una barrera infranqueable. Por primera vez en mi vida puedo tocarla, acariciarla y besarla como nunca lo hice. Me sale de manera natural. Y me alegra mucho no solo por ella, sino sobre todo por mí, y también por mis hijos. Mi padre decía que como tratamos a nuestros padres así nos tratarán nuestros hijos. No lo tomo como una obligación (que lo es) sino como un modelo. Así cuando nos toque irnos a alguna de las dos, yo al menos lo haré en paz.
Querida amiga, ha sido una delicia leer tu relato familiar. Lo has expresado de manera maravillosa, De alguna manera, me he identificado mucho en algunas cosas. Espero verte pronto. Un beso fuerte
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Gracias, sí nos veremos prontito. Besos
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Encantado de disfrutar de tu narrativa y de esas experiencias palpables que definieron tu existencia, aceptando el mundo con el aprendizaje, muchas veces no imaginados, que nos da la vida.
Abrazos.
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Gracias, me alegro que disfrutes. Yo lo hago escribiendo y compartiendo. Un saludo muy cordial
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🤗🤗
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Otra lectura tuya y encantada. Me sigue pareciendo un ejercicio extraordinario. Y creo saber lo bien q te sientes dp de ver en el papel, bien ordenado, ese cúmulo de pensamientos y emociones.
Gracias por compartir
castillo
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Me ha gustado mucho. Buenas reflexiones. Me encanta el uso que haces del refranero popular. La sabiduría que heredamos de nuestros mayores, con el boca a boca y que, muchas veces, nos ayuda a comprender y aceptar el mundo. Como siempre se vislumbra tu aprendizaje con todas las experiencias que vives, tus ganas de entender lo que pasa y porqué te sientes de una u otra manera. Y lo que me transmite lo que leo es eso. Que has aprendido, que has atravesado emociones complicadas, pero que aceptas, y que estás en Paz Creo que el duelo anticipado lo estamos viviendo todos, a nuestra manera, y es algo que también nos une. Además de la sangre. Gracias mamá.
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Muchas gracias, bonita. Aprendemos y crecemos juntas… y me encanta!
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bueno bueno que enganche ! Lo he leído como una intriga ! Como una novela de suspense ! Ya estoy deseando que llegue el próximo capítulo.
gracias Rosario por regalarnos con esa prosa tan personal y por permitirnos entrar en tu intimidad con tanta delicadeza
👏👏👏
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Gracias a ti también por regalarme esos comentarios tan estimulantes. Continuará…
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Te veo en cada línea. Te palpo en cada frase. Me gusta sentirte cerca
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También yo te siento. Gracias, Gloria. Un abrazote
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