Escribir, escribir

Hace mucho empecé a escribir mi autobiografía, pero me puse enferma -literalmente- revolviendo mi pasado y tuve que dejarlo en la página 40. Ahora he empezado a escribir un relato de mi familia, no centrado en mí, y lo estoy sobrellevando. Aún no llegué a ese número de folios, veremos a ver si lo sobrepaso.

Escribir es terapéutico, eso todo el mundo lo sabe. Siempre he escrito, desde que me conozco pero, salvo este blog, siempre para mí. No creaba relatos, ni poesía, no era nada más -y nada menos- que un salvavidas, un desahogo, un espejo donde mirarme y aclarar mis ideas. También un refugio de mis angustias, un depósito de anhelos y un sortilegio para mis sueños, que solo escribiéndolos me dejaban tranquila. Muchas veces he preguntado a mi cuaderno y he obtenido respuestas. Cuando no, pasado el tiempo he podido comprender lo ciega que estaba para no ver lo que tenía delante; me sorprendía con la claridad que veía las cosas, y que no fuera capaz en ese momento de atinar a ponerle nombre ni solucionar el dilema.

Los expertos explican por qué escribir, especialmente a mano, tiene el sorprendente efecto de conectarnos con nuestro inconsciente, dialogar con él, conocernos mejor. Añadiría que tiene el efecto aplacar la pesadumbre, alejar la soledad y subir la autoestima. Es algo así como sacar de la cabeza el grillo que tenemos y que a veces se vuelve insoportable. Cuando trasladamos al papel nuestro malestar, el grillo se acobarda un poco, deja de ser tan amenazante. Cuando probamos a describirlo de una manera o de otra, vestirlo con un adjetivo u otro… se convierte en eso, en palabras, ideas y las emociones bajan de intensidad sin darnos ni cuenta.

Pero claro, cuando pintas en el papel un dibujo de un monstruo, puede que éste termine por asustarte, y eso me pasó hace unos años cuando empecé a escribir sobre mi recorrido, y también hace poco cuando lo retomé. Me subió la ansiedad, muy sutilmente, sin darme ni cuenta, por la puerta de atrás. Pero ya soy vieja y entendí el mensaje del cuerpo: aún no es el momento, (pues no tengo mucho tiempo ya!, me decía) o no era la forma correcta. 

Cursos de verano

Este verano, he querido retomar actividades que antes disfrutaba mucho: los cursos de verano en la universidad. No es solo por lo que se aprende, sino por el ambiente fresco de personas despiertas, valientes, porque muchas veces llegamos solas a sitios desconocidos donde no sabemos qué nos encontraremos y cómo nos desenvolveremos. Pero superados esos miedos, el cambio de aires sienta muy bien y el encuentro con desconocidos es siempre muy enriquecedor. 

Vi un par de cursos sobre escritura, cada uno en una punta de España y sin pensármelo dos veces me apunté. En uno de ellos, el profesor que lo imparte nos pide que enviemos previamente un manuscrito, aunque sea inacabado, o un proyecto de novela o al menos una idea. Guau! Y ahí me entró el gusanillo, recuperé el manuscrito y de nuevo tuve que dejarlo.

Pero escribir la historia de mi familia es algo que siempre está ahí de fondo, tomando forma poco a poco, definiéndose cada vez más en cada acercamiento que hago. Así que con la motivación de enviar algo al profesor empecé de nuevo el relato pero cambiando la forma, el punto de vista, el tiempo, la voz, todo… menos la historia.

Y es que mi familia, además de que es muy particular, es la fuente de la que mana casi todo. Es la base de la estructura de mi personalidad, es la clave para entender los derroteros de mi vida (y la de los otros), mis comportamientos y reacciones. Mis elecciones. Quiero escribir sobre la familia por todo lo que he aprendido de mí gracias a ella. Quiero darle voz a los que no la tuvieron, que su dolor y sus desvelos no pasen inadvertidos. Puede que, además, le puedan servir a alguien. Y mientras más profundidades exploro, mejor me conozco y mejor me siento.

Aún no sé si llegaré a terminar el texto, o quedará en un simple ejercicio académico, pero me siento genial haciéndolo. Removida, pero menos. Las emociones emergen, pero son manejables. A veces siento una extraña resistencia a ponerme a escribir: me entran ganas de pronto de limpiar, de arreglar las plantas, de cocinar (con lo poco que me gusta!) con tal de no sentarme ante el teclado. Me pegunto en esos casos, todo lo amablemente que puedo: por qué? Cuando me meto en el relato, es como si me sumergiera en otro mundo, con sus códigos de conducta, su lenguaje, otro marco político, otra visión de las cosas y empiezo a teclear y no quiero parar. Pero quizá a veces me da vértigo eso mismo, porque no sé dónde me va a llevar la aventura, qué paisajes descubriré y si me desestabilizaré.

El arbolito

Hace años que llevo recopilando datos más o menos activamente del complicadísimo árbol genealógico de mi familia, buscando historias, secretos, fechas, datos. En el camino encontré a otros familiares (desconocidos hasta entonces) que hacían lo mismo y comenzó una bonita cooperación, imprescindible en la ingente tarea de componer el puzle.

Al principio daba más importancia a las historias que a los datos, pero me llevé más de una sorpresa haciendo cuentas con las fechas: «Si fulano se casó en tal fecha y tal otra nació su primera hija, quiere decir que…», » O no sabía que esta señora fuera tan mayor cuando se casó», y eso era muy significativo en la época y explica cosas.

Ahora valoro bien los datos que son un armazón imprescindible para “colgar” todo lo que el relato va dando de sí, todas las historias que uno y otro me cuenta o que yo misma me imagino.

Esta nueva forma de abordar el pasado tiene un efecto sanador para mí. Porque hay muchas historias que se parecen a la mía, el patrón que se repite tozudamente desde generaciones: embarazos adolescentes, expulsiones de la familia, abandonos y sometimiento. Incluso hay edades míticas: los 16 años: ¡Cuántas jóvenes madres marcadas por esa edad! ¡O los 8 años: cuántos niños huérfanos tan pequeños! 

Escribir sobre estas viejas historias de mi familia y entenderlas me hace más libre. Comprendo cada vez más por qué en determinados momentos me encaminé en una determinada dirección y no otra. No era elección mía, estaba “escrito” en mi linaje, estaba condicionada sin saberlo. También entiendo mejor a los familiares que han vivido el mismo u otros destinos, aunque no me acerque forzosamente más a ellos. No es fácil la relación cuando uno es consciente que está dentro del “espejo” con los que aún no saben que lo están. En la medida que pongo luz sobre esos “mandatos” puedo elegir verdaderamente lo que quiero hoy para mi vida. Sin estar determinada por esa cadena de dolor y soledad que se reproduce a sí misma una y otra vez.

Por último, un apunte. Hay quien dice que hay que elegir entre vivir o escribir, como si perdieras la vida mientras escribes. Yo no estoy de acuerdo. Hay que haber vivido para poder escribir, eso es seguro, pero se puede estar muy gozosamente viva mientras se escribe.

5 comentarios en “Escribir, escribir

  1. Avatar de Castillo Castillo

    Me parece esclarecedor. No en tu familia, pero sobre lo terapéutico de escribir, no puedo estar más de acuerdo.

    Escribo desde pequeña. Me supone poner algo de orden en el caos. Y solo ver mis miedos y elucubraciones en el papel, me tranquiliza.

    Me encantaría aprender a hacerlo con alguien q me guiara y aconsejará.

    Muchas gracias

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    1. Gracias, Castillo, por tu comentario. Decirte que hay cursos de escritura creativa on-Line, en Sevilla hay uno presencial exclusivamente para mujeres, y otros organizados por ejemplo por los ayuntamientos. También hay cursos de verano en las universidades, normalmente demasiado escuetos, pero también aportan. Un abrazo

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      1. Avatar de Castillo Castillo

        Rosario, elucubrando y moviéndome con la tecnología, he logrado volver a escribir por aquí.

        Escribo más q nada para comprobar q mi escrito llega.

        Buenos escritos!!!

        Gracias

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  2. Avatar de Soledad Lemenn Soledad Lemenn

    que placer volver a encontrar el mail de elriorosa ! Rosario que me estoy enganchando a tus escritos y me relamo de placer porque intuyo que el tema de la familia tiene cuerda para rato 💃🏿

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