El juego del escondite

Escribo a tontas y a ciegas, literal: me acaban de operar los ojos de cataratas. No imaginé que la recuperación fuera tan larga, que en la espera sería presa del aburrimiento y de la frustración de no poder hacer lo que más me gusta. ¿Pero quién me mandaría a mí meterme en un quirófano? Y como no puedo hacer otra cosa me veo obligada a recorrer los vericuetos de mí misma, a hacer el único viaje que puedo hacer ahora, ese que esquivo con la excusa de coger aviones, hacer maletas y planear la agenda constantemente. Todas mis demás aficiones, escribir, leer, pintar, están vetadas.

No tenía planeada esta intervención, pero me lancé de cabeza en cuanto vi la oportunidad, como un ahogado a un tronco, sin poder evitarlo. Uno de mis hijos se operó hace poco para corregir su miopía y su reacción al salir del quirófano fue como si por primera vez viera la luz. Y me envalentoné. Llevaba un año protestando porque no había manera de limpiar mis gafas, todo lo veía empañado. Resulta que no era falta de higiene, sino sobra de cataratas, que unido a mis varias dioptrías de hipermetropía, astigmatismo y presbicia hacían una buena ensalada. 

Me operé en una clínica privada donde me implantaron una lente multifocal que acabó con las cataratas, con el resto de anomalías de la visión y con buena parte de mis ahorros. Pero aun con la coartada de los padecimientos, reconozco que no era urgente. 

No es plato de gusto que el personal meta un bisturí en tus ojos. Después del dentista y el ginecólogo creo que es el sitio donde menos apetece que un profesional toque. Por eso me pregunto todavía qué es lo que de verdad me llevó al quirófano. Me asusta responderme que el auto sabotaje, esa parte de mí que se resiste a disfrutar del dulce momento que vivía. Quizá al castigador que llevo dentro le parecía que duraba ya demasiado la bonanza y me lanzó sin remedio a la crisis de pánico que precedió a la anestesia ocular.

El postoperatorio idílico de mi hijo no ha tenido nada que ver con el mío. Su intervención, su edad y el precio tampoco. Después de varias semanas sin visión de calidad estoy que me subo por las paredes.

Echo de menos mis gafas. Desde que abro los ojos las busco en la mesilla, o cuando no alcanzo a ver las letras pequeñas o cuando voy a sacarme las camisetas. Sin parar manoteo por la cara intentando ajustar los inexistentes lentes. Echo de menos su peso en la estructura de mi cráneo y la protección que me daban. Todavía me siento indefensa al caminar por la calle y desvalida cuando hace viento. Me tengo que agarrar a alguien o a lo primero que pille, la pared, una baranda… Hasta sueño con que el suelo se balancea y se cae bajo mis pies Una desprotección y una vulnerabilidad que siento desde que fui desprovista del caparazón de los cristales que formaban parte de mi esqueleto. Y es que las llevaba, de una u otra graduación, desde hace más de 30 años. 

La impotencia de no ver no es cualquier cosa, y la impaciencia por recuperar la agudeza tampoco. Todavía cuando empiezo a fijar la vista me canso y solo puedo escribir si aumento la letra a tamaño 22. 

De joven me planteaba cómo afecta el paisaje que nos rodea, lo que vemos a nuestro alrededor en lo cotidiano, a la personalidad que tenemos. Tiene que ser diferente pasear por grandes avenidas o frente a la amplitud ilimitada del mar, a estar rodeado de montañas, sobre todo cuando se vive en un pueblo pequeño. No debe ser lo mismo criarse en un paisaje plano y despejado, como las interminables llanuras de Castilla la Mancha, a crecer rodeado de frondosos bosques como tantas aldeas de Galicia o los altos picos como los del País Vasco o la sierra de Cádiz, entre sí tan diferentes diferentes. Lo que de manera temprana y constante alcanza la mirada debe tener alguna influencia en la manera de concebir el mundo, de afrontar los problemas. Pues si eso es así, y estoy convencida, cómo es para una persona que le cambie significativamente y de pronto la agudeza y la nitidez de lo que ve. No sé cómo afecta, pero noto a mis neuronas ajetreadas en el intento de restablecer el equilibrio, decodificar las nuevas referencias, de adaptarse a la nueva situación. No termino de ver bien de cerca (el médico me pide paciencia), me brillan amenazadoramente las luces, especialmente en el oscuro de la noche y los colores han cambiado: ahora el blanco es más blanco, los contrastes son más acusados.

Pero me pregunto el porqué de esta decisión tan rápida cuando no es moco de pavo la inversión ni el riesgo, ahora que lo pienso. ¿Me escocía el dinero en el bolsillo? ¿O es que estaba disfrutando demasiado con mi escritura y lectura después de tanto tiempo y tenía que parar la buena racha como fuera? 

De momento lo que veo más nítido que nunca es mi propio rostro y ha sido toda una sorpresa. Desde la última vez que me vi han pasado más de 30 años y ha sido un choque encontrarme y apenas reconocerme. ¿De verdad tengo tantas ojeras y arrugas? ¿Tantas manchas había en mi piel demacrada? Le pregunto a todo el que me rodea, porque no sé cómo no me advirtieron antes. Y dicen que tengo mejor aspecto ¡no me imagino cómo sería el de antes!

Cuando te operan te entregan un extenso dosier con todos los cuidados y las miles de gotas que tienes que ponerte después. Pero deberían advertir del peligroso efecto secundario de la operación: la crisis de identidad y las ganas que dan luego de hacer otra inversión en cirugía estética. A ver si en la recuperación termino por aceptar mi aspecto, y hacerme amiga de mi cara o tendré que hacerme yo también algún retoque. Lo que sea con tal de no verme.

4 comentarios en “El juego del escondite

  1. !Vaya!
    Bienvenida al club de los operados de cataratas.
    En mi caso, hace ya casi una década del segundo y más de dos del primero. En ambos casos de forma obligada tras sendos desprendimientos de retina… una pequeña catástrofe…
    Espero que hayas acertado y que tras la completa recuperación puedas disfrutar de la mejor visión posible y de calidad.
    Un fuerte abrazo

    PD: No me he olvidado del trabajo que tenemos entre manos… mi parte sigue pendiente de que la retome en cuanto otras prioridades me dejen.

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  2. Avatar de Gloria Gloria

    Mi qquerida Amiga. En el tren camino d Sevilla me centro en la lectura d t último trabajo. Es curioso, tenemos en gen d… La prisa?, la imprudencia?… O ganas d gastar nuestro bienes?. Sea lo q fuere, te veo y me veo en t relato. Al menos lo exteteriorizamos. Te recuperarás y estaras bien.

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