SIGO AQUÍ

Aquí sigo, aunque me ausente. Y no, no voy a hablar de la Navidad. Quizá ya me inmunicé de ese virus, porque me están dando ganas de festejarla el próximo año con mi gente, con mis hijos y nietos. No por la Navidad en sí, sino por no perder una ocasión de celebrar la vida con los que más quiero.

Aquí sigo, con mi aparente funcionalidad: escribo, estudio, paseo, cocino, plancho. A veces quedo con amigas, voy de compras e incluso viajo. Y digo “aparente” porque aquí sigo todavía, aunque no hable siempre de ella, con la depresión y la ansiedad que me acompañan desde hace tantos años. No sé si forman ya parte indisoluble de mí.

Pero quiero ser honesta conmigo y también con otros: con aquellos que, como yo, durante tanto tiempo la cargan encima y muchas veces se ven obligados a disimular la tristeza, la desgana, el vacío, el sinsentido… Aquellos que por no dar tediosas, complicadas e incomprensibles explicaciones, prefieren decir, como yo, “es solo un mal momento, pasará”.

No pretendo ponerme dramática, no es que esté peor que en otros momentos, es solo que hace tiempo que no miro esa mancha negra, pegajosa que, como grasa seca encima de los muebles de la cocina, no se ve, pero está. Solo eso: darle su sitio, reconocerlo. Reivindicar lo que es, ponerle nombre y aceptarlo para sobrellevarlo y quizá poder cambiarlo. Aunque sea tan difícil para otros mirarlo (quizá porque no pueden mirar su propio agujero). 

Más bien he tenido últimamente algún motivo de alegría. Hace poco me dieron un modesto tercer premio en un concurso de relatos que me hizo una tremenda ilusión. Han publicado mi relato en un libro, pero eso es lo de menos. Lo que más es que me he sentido reconocida, envalentonada a seguir… Desde que hice los cursos este verano en la universidad sobre escritura creativa, me animé a escribir ficción y, siguiendo los consejos de los profesores, participar en concursos para adquirir disciplina y constancia en el oficio. Así que ahí sigo, disfrutando de crear relatos que muchas veces tienen que ver con personas que conozco y, siempre, algo que ver conmigo también, aunque sea de refilón.

Me preguntaba hace poco por qué, si parece que no escribo mal y que tengo una vida lo suficientemente azarosa y complicada como para ser contada, no escribo mi historia.

Creo que nunca lo he confesado aquí, pero una vez lo intenté cuando ya vivía en Francia. Me armé de valor y redacté del tirón unas 30 o 40 páginas sobre mi adolescencia. Creo que fue más un desahogo que un relato y tuvo el sorprendente efecto de desbordarme. Vivía entonces en una cuarta planta y estuve tentada de tirarme por la ventana. Espero que nadie tome esta afirmación por un drama, es tan natural y tan duro como la vida misma tener ese tipo de impulsos alguna vez -lo importante es saber gestionarlos-. Por lo menos en la vida de los depresivos como yo, o de quien se atreve a confesarse hasta este punto. 

Paré ese escrito -como ejercicio de auto cuidado- y aún no lo he vuelto a retomar, aunque espero poder hacerlo algún día. Pero me doy cuenta de que en mis relatos de ahora, como un niño que se acerca distraídamente a un pastel para que no lo pillen, así me aproximo yo, tímidamente, al meollo de mi vida. Disimuladamente, empezando por las ramas.

Escribir me resulta la más terapéutica y completa de todas mis distracciones en las que me he embarcado desde que empecé este periodo aciago: hacer cuadros de plantas desecadas, mantas de crochet, colorear, bailar o cantar… Cada actividad aporta algo, pero ahora estoy de lleno enfocada en los libros. Algo que, por otro lado, ha sido un sostén toda mi vida, excepto en el peor momento de mi depresión, cuando ni siquiera podía leer y menos escribir. 

Como no podía contar mi vida, recopilé datos de mi árbol genealógico con idea de empezar a contar la vida de mis ancestros. Al fin y al cabo, son historias que se repiten una y otra vez y que tanto tienen que ver conmigo. Pero tampoco arranco por ahí a redactar, el pánico no me deja tirarme a esa piscina. Sin embargo, aunque nunca me atrajo especialmente escribir ficción, ahora me descubro en estas “maniobras” sutiles de aproximación que quizá me den valor algún día. Mientras tanto, me divierto, me siento bien y me dejo llevar a ver hasta dónde llego.

Lo de viajar sigue siendo otra actividad paralela: a mitad de noviembre me fui a recorrer unos pueblos medievales en los alrededores de Toulouse. Muy bonitos, como sacados de un cuento. Tanto más cuando, en pleno invierno, todos los restaurantes y casi todos los hoteles estaban cerrados, nadie por las calles, un frío y un viento desapacible… El marco perfecto para imaginarse a las antiguas caravanas de gente que viajaba a pie, en bestia o carretas, mal vestidos y peor calzados, por esos húmedos caminos enterrados en bosques forrados de musgo y atravesados por arroyos. No había anoraks ni termos para conservar comida -si la tenían- caliente. Y hacer fuego en ese ambiente tan húmedo… uf. Te hace apreciar encontrar un hotel. En mi caso, el único abierto, una antigua casa palaciega con altos techos y paredes de piedra: un gigantesco congelador. Solo dos habitaciones ocupadas, la calefacción no le hacía ni cosquillas al frío que helaba los huesos. El recepcionista, al decirle que hacía frío, responde con toda naturalidad: “claro, es invierno!”. Para cenar algo había que coger el coche e irse en medio de la carretera. Una pizzería junto a una gasolinera era el único lugar que ofrecía algo caliente de comer. Viajar en invierno es lo que tiene: no hay nadie: ni turistas, ni hosteleros.

Esto fue antes de estar casi un mes de nuevo en Sevilla, intenso como de costumbre, pero sabroso también. Y el próximo destino: Barcelona. 

A finales de enero voy a pasar un par de meses en Cataluña y no solo para descubrir esta tierra, casi desconocida para mí, y visitar a algunos de tantos familiares que tengo en esas latitudes. El principal motivo es someterme a una terapia asistida con ketamina. Ya hablé de esta terapia en otro post, y sé que hay muchos detractores y algunos defensores de estos tratamientos. Yo asumo los riesgos y voy a hacerlo después de haber indagado y seleccionado la que me parece la mejor clínica y los profesionales de más confianza.

Pretendo compartir luego la experiencia con el que quiera leerme, pero si no vuelvo a escribir puede ser que no haya ido bien la cosa (el optimismo siempre por delante) o que haya sido tan eficaz que me dedique a tareas más satisfactorias, que ahora mismo no imagino.

En fin ¿Y por qué ahora? ¿Y por qué contarlo? Ahora, porque aunque mi terapia me sigue ayudando, me doy cuenta de que hay temas difíciles que mi cuerpo se resiste (!Sí, todavía!) a abordar. No digamos ya a elaborar o a resolver. Ahora, porque estoy cansada de vivir con altibajos, sosteniéndome a duras penas en un equilibrio inestable. Ahora, porque siento -y creo que merezco- que podría vivir con más alegría, con más paz, con más ligereza y quizá esta terapia me ayude a levantar los guijarros que me impiden rodar con facilidad. Y ahora porque, con la supervisión del siquiatra que dirige la clínica, quizá soy capaz de reducir la medicación que desde hace años le meto a diario a mi cuerpo para estar así: funcional.

Contarlo por romper tabúes, por poner negro sobre blanco que hay muchos y muchas que, como yo, sufren una condición mental que provoca sufrimiento, y no hay que avergonzarse de ello: no somos más débiles, al contrario. Contarlo por si a alguien le sirve mi experiencia. Contarlo por envalentonarme a hacerlo. Y para sentir que no estoy sola, de alguna manera me siento acompañada por quien lee.

No quiero hacerme demasiadas ilusiones. Sé que puede no tener resultados notables. Pero no parece probable que salga peor de lo que entre. Quizá no pueda dejar la medicación pero sí reducirla, o ni siquiera eso, pero me sienta mejor… En fin, ya veremos. Aunque estos tratamientos los hacen en la Seguridad Social, solo es para casos “graves”, así que yo lo hago por lo privado. Pero al fin y al cabo me cuesta menos que la intervención de cataratas que me hice hace poco y puede ser más determinante en cómo vea la vida de ahora en adelante, nunca mejor dicho.

2 comentarios en “SIGO AQUÍ

  1. Avatar de Soledad Soledad

    tu « quête «  tiene algo de « parcours du combattant «  À mi me evoca ese camino y ese caminar de los infatigables caminantes de esas gestas caballerescas de la literatura. Debe de ser agotador a la par de enriquecedor. Doloroso a la par de gozoso (curiosa asociación entre un pastel y el meollo de tu vida 😉)

    entonces buen camino y sigue « regalándonos «  con tus relatos 😘

    Me gusta

Deja un comentario