La depresión: cómo empezó todo

Yo era la típica superwoman. Todos me advertían en vano que iba camino del precipicio por el ritmo desorbitado que llevaba, pero era imposible que les oyera: estaba corriendo para encontrar algo (a mi), huyendo para no sentir (me).

Increíble la enorme energía que desplegaba, y más aún cómo se fue por el sumidero TODA. Tenía dos trabajos, impartía y recibía talleres, iba a encuentros, conferencias…y vivía con dos adolescentes! La vida me fue poniendo pruebas cada vez más difíciles ante las que yo me crecía. Creía que podía con todo. Pero la VIDA es cabezota y al final te lleva por donde tienes que ir.

Así que el cuerpo no tuvo otra que empezar a gritarme hace unos tres años: aparecieron síntomas físicos de todo tipo, especialmente digestivos, que fueron intensificándose, limitándome. Me sentía como una pila gastada, perdí 15 kilos sin quererlo ni necesitarlo. Empezó mi peregrinaje por especialistas de todo tipo y me anestesié con ansiolíticos para poder soportar la travesía.

Dejé de trabajar, de atender la casa, de ver a los amigos. Cada vez hacía menos cosas, disfrutaba menos de todo y estaba más aislada. Y triste, muy triste, pero resistía: ese era el problema, la RESISTENCIA.

Cómo seguí adelante?

Acudí a la medicina alternativa (a todo lo que se me ponía por delante), a la meditación diaria y por supuesto a la terapia sicológica. Mis hijos, un par de amigas y el ejercicio físico (al principio, mini paseos) fueron apoyos esenciales.

La medicina convencional, tan eficaz en muchos casos, consuela poco cuando se trata de síntomas difusos que no encajan bien en sus protocolos. Los desagradables efectos secundarios de la medicación y la especialización de los profesionales, sin coordinación, que solo ven enfermedades, no VEN enfermos me hacían sentir desprotegida, insegura y desconfiada.

La medicina alternativa, (biomagnetismo, acupuntura, naturopatía, masajes….) suele ser cara, lenta y poco rigurosa, pero ahí encontré a personas preparadas, comprometidas y amorosas que me ayudaron a mantener la esperanza y me acompañaron en el camino. A veces no se necesita nada más y nada menos.

La meditación no fue ningún sacrificio: no tenía fuerzas para nada, así que no tenía mejor cosa que hacer, que me ayudara a aceptar la confusión y el malestar, que meditar. Sigue siendo mi principal recurso, aunque tengo problemas de “regularidad”.

Pero sin duda, la terapia sicológica es la principal y más valiosa ayuda si la cosa se pone fea, siempre que encuentres a la persona adecuada (los estragos de una mala elección son difíciles de reparar). El trabajo de autoindagación que el cuerpo me pide a gritos yo no he podido hacerlo sola. Aún necesito la guía, la mano cálida y firme de un profesional solvente y experimentado que me permite adentrarme por laberintos oscuros, sin referencias. El camino tengo que recorrerlo yo, pero no podría hacerlo sin la compañía de un “testigo cómplice” como dice Allice Miller.

Hace falta tanta terapia?

Para mí, sí. En estos años he ido desempolvando mi propia historia escondida bajo una pila de proyecciones, de miedos y de estrategias. Confundida, insatisfecha, enterrada bajo una montaña de responsabilidades y auto exigencias, de la necesidad de agradar y responder a las expectativas, estaba la niña que se sintió inadecuada, invisible y atemorizada, que sigue esperando ser rescatada, escuchada, tenida en cuenta (por mi, claro). Poco a poco voy dándole el permiso de expresarse, credibilidad a lo que sintió (y nadie vio) y compasión por haber tenido que vivir escondida tanto tiempo para sobrevivir…. Lo que se viene llamando el trabajo con el niño interior. A medida que voy poniendo luz en ese dolor, se disuelve, lo dejo atrás, y aprendo una nueva manera de vivir, de relacionarme. Titubeo aún como un bebé en sus primeros pasos, haciéndome por fin adulta, cuidándome a misma, aceptándome tal y como soy: inocente, adecuada y merecedora.

Tropezando aún, cayéndome y levantándome en este camino tortuoso, me siento bastante vulnerable (la divertida investigadora Rene Brown ilustra bien esto), pero creo que es imprescindible transitarlo para poder vivir de OTRA manera. O simplemente, para realmente VIVIR.

Hace 12 años atravesé otra depresión y estuve más de tres en psicoanálisis; aprendí, pero se ve que no terminé el trabajo. Hoy no elegiría ese tipo de terapia, creo que las corrientes humanistas y energéticas (serias) son las más eficaces, pero estoy segura de que es más importante la persona que la metodología, no sólo por su capacidad de conexión o su formación, sino sobre todo por su integridad personal.

Y ahora qué?

Ahora trato de ser paciente con el proceso de mi cuerpo-mente. Me estoy recuperando, me sigo cuidando, estoy entregando las armas, rindiéndome cada vez más, y sintiéndome cada vez más fuerte. A veces cansada de la batalla, y por eso cuando tengo un pequeño bajón me desespero más que antes.

Mi hija me regaló un cuaderno que se titula “cosas que me alegran la vida” y trato de rellenarlo con más anotaciones cada día. Me voy sintiendo agradecida por todo lo que tengo, por mis hijos, por llegar a fin de mes, por una casa donde vivir, porque sale el sol o porque cae la lluvia…. y por tener algo de conciencia.

Estoy empezando a viajar, a estudiar, a escribir…a cultivar la confianza y a arriesgarme, a exponerme como hago aquí; trato de despojarme del victimismo, del orgullo y la vergüenza (de nuevo recomiendo a Rene Brown). Al final, tanto leer, teorizar, escuchar y buscar, vislumbro apenas lo que tantos dicen, que la vida es muy sencilla, que todo está en nosotros mismos…. Pero sólo podía empezar a verlo una vez recorrido el camino. Aún queda, pero quiero pensar que lo peor ya pasó.open-door-3085077_1920.jpg