La vida al revés

Vivo la vida al revés: cuando era niña tuve que comportarme como adulta, pasé de largo la juventud y ahora de mayor trato de vivir como una niña. Esto es una grandísima contrariedad. Hasta me salió un flemón estos días, cuando vino el ratón Pérez, y mi comida es a base de papillas de fruta o de verduras con pollo. Es como en la película “El curioso caso de Benjamin Button” donde Brad Pit nace viejo y muere siendo un bebé. Así me ocurre a mí.

Nací la tercera en una familia donde llegamos a ser muchos: economía de guerra, ambiente humilde, padres mal avenidos y con pocos recursos afectivos (digámoslo así). Que ambos fueran huérfanos desde pequeños y vivieran una vida dura en la postguerra explica -que no justifica- esas carencias. Todos sabemos a estas alturas que además del alimento, el vestido y la higiene, de niños necesitamos la mirada cálida, el reconocimiento como seres únicos y el regocijo de quien nos cuide; Una cosa es tan vital como la otra para la supervivencia. Como la mayoría no tenemos al 100% nuestras necesidades satisfechas, desarrollamos estrategias para salir adelante: para conseguir afecto, un lugar en el mundo, o para sobrevivir cuando lo que recibimos parece poco.

Yo elegí el papel de niña buena, madura….y me perdí la infancia. La hermana que me precede, requirió muchísima atención: decían que era una llorona, quizá fue tan sensible que el mundo le dolía y no pudo expresarlo de otra forma. Por otro lado, mi padre quería un varón y yo fui la tercera hembra, con lo que hasta que mi madre parió a mi hermano un año y medio después de a mí no se reconcilió con la vida y conmigo.

Así que con una madre dedicada casi en exclusiva a mi hermana (que aún así lloraba sin parar) y un padre que tenía su mirada puesta en el pequeño, ya desde la cuna no tuve más remedio que trazarme un plan para salir adelante: sería una niña dócil y buena, a ver si así podía destacar en algo… O quizá adopté esa táctica porque me cansé de pedir atención y renuncié, extenuada, a luchar por ella. Me daban el biberón en la cuna, apenas me cogían y yo no protestaba.

niña corazón.jpg

Mi primera depresión

Siempre fui muy precoz. A los dos años y medio murió mi hermano, mi madre se deprimió y yo también enfermé: me caía de debilidad, me imagino que ya no tenía dónde sostenerme. Me restablecí de pronto cuando mi madre me llevó a un par de médicos que dijeron que no tenía nada, solo me dieron un jarabe de vitaminas. Supongo que la pre-ocupación de mi madre por mí no solo le hizo salir a ella del bache sino que me devolvió también a mí la salud. Fue la primera depresión de mi vida.

Dediqué toda mi infancia a depurar mi estrategia de niña-adulta: era desenvuelta y resolutiva, desde los 6 años limpiaba la casa, sobre todo de las vecinas, hacía los recados y confeccionaba bolsos de macramé y cojines de crochet que regalaba por el vecindario a cambio de un poco de reconocimiento. Era buena estudiante, ordenada, cumplidora y obediente. Desarrollé incluso el ingenio y la elocuencia para suavizar las tensiones familiares, como un bufón de la corte.

Se ve que tan titánico esfuerzo con tan poca recompensa no me resultó de provecho y, desesperanzada, me rebelé. Con 16 años (inconscientemente, claro) me quedé embarazada y ahí empezó de sopetón mi vida de verdadera y completa adulta. Sin apenas apoyo (agradeceré siempre el de la mayor de mis hermanas) me casaron y me hice cargo de criar a una hija que nació a los tres meses, viviendo en una lejana ciudad inhóspita…

muñeca grande chica.jpg

Desarrollé todos los recursos que venía practicando desde chica: ejercí de madre responsable, administré los poquitos ingresos que teníamos, aprendí a cocinar (ahí no tenía práctica)… y me encargaba de poner algo de sentido común y cordura en la vida familiar…aunque andaba escasa de alegría.

Tras un sinfín de aventuras, experiencias y aprendizajes, de probar con una pareja y con otra, de criar cuatro hijos, conseguir un trabajo fijo, estudiar ya mayorcita… Después de tan titánico esfuerzo por sobrevivir, cuando parece que lo tengo todo…resulta que caigo exhausta al pie del pedestal del éxito. Y me deprimo. Y ya no me sirve nada. Ya no quiero nada. Estoy tan agotada que solo quiero taparme la cabeza con una manta.

Jugando a las campanas

Cuando tenía unos 10 años jugaba a las campanas con una amiga en el patio de mi casa. En el juego nos poníamos de espaldas una contra la otra, nos entrecruzábamos los brazos y una se agachaba haciendo que la otra levantara las piernas, como en un balancín. En uno de esos movimientos me caí, dí con la garganta contra el suelo, y me quedé sin poder respirar un buen rato. Mi amiga llamó a mi madre que vino y me echó agua, me desabrochó, me zarandeó, no sabía ya qué hacer y yo seguía sin respirar nada de nada. Noté cómo me iba yendo, cómo me alejaba de todo, y mi cuerpo iba haciéndose de trapo, y sentía un gran alivio… Mi madre empezó a llorar, desesperada e impotente y eso me hizo reaccionar y empecé a respirar de nuevo.

Hace poco me contó mi madre, que de pequeña vivió una situación parecida cuando se cayó de un árbol y se quedó sin respirar y la madre…. Lo mismo. Es como una perversa ley que impone que si no le importas a alguien no merece la pena seguir aquí. Solo que ahora a quien tengo que (quiero?) importar es a mí misma. Hacer SENTIR a mi niña que de verdad soy una MADRE para ella, que me importa, que soy valiosa y perfecta tal como soy. Casi nada. Les reprochamos a nuestras madres a veces que no lo hicieran bien pero ahora nosotros repetimos la historia con nosotros, con nuestros hijos, o … no?.

Cómo rescatar a la niña

Años de terapia me hicieron darme cuenta de que tengo a una niña enterrada, amordazada y maniatada en el cuarto oscuro de mis tripas. Y que para poder seguir adelante no hay más remedio que recuperarla, insuflarle vida y ser por fin la niña que nunca fui. Cuando me prescribe ahora el siquiatra: “tienes que hacer lo que te de la gana” sabe que es la tarea más difícil que podía ponerme porque no tengo ni idea de cómo se hace eso, de qué es lo que quiero. Sé hacer lo que DEBO pero no lo que QUIERO. Es esencial que lo encuentre, porque la energía VITAL no surge de la fuerza de voluntad (yo la exprimí hasta el extremo) sino que viene de la alegría, el gozo y el disfrute con lo que hacemos.

No se trata de ninguna revolución (o sí), no pretendo llegar a la irresponsabilidad, sino equilibrar la balanza, conocer quién soy y EXPRESARME. Solo así me podré respetar, querer, y tener una vida plena. Eso espero, aún no lo he conseguido. Es obvio.

niñas jugando.png

¿Cómo hago yo para vivir como una niña si nunca aprendí a serlo? Ahora a la vejez toca pintar rayones, hacer garabatos y colorear cuadernos. Ahora pruebo a decir que NO sin dar razones, apuntarme a una actividad y borrarme al poco porque SI. Ahora me esfuerzo por no hacer mi cama a diario, por gastar dinero en chorradas, por decir palabrotas, por pasar horas sin hacer NADA útil.

Pero lo más difícil es darme permiso para soñar, recuperar las ilusiones que en algún momento tuve (ahora tan enterradas) y alentarlas con delicadeza, como una llama que empieza tímida a prender. Me esfuerzo por desprenderme de la mujer razonable, sensata y prudente que (casi) siempre fui. A ver cómo hago para conquistar a esa niña que sigue rezagada ahí en el fondo, recelosa; cómo seducirla para que se atreva a jugar, a ser espontánea, inquieta, curiosa, activa….Cómo ayudarla a que supere el miedo, porque fue doloroso cuando quiso sacar la cabeza y casi la pierde. ¿Le quedarán fuerzas para cambiar el tercio y COGER lo que necesita en vez de ESPERAR a que le traigan el biberón a la cuna?. En cuando pueda volver a morder un buen filete, quizá.