La decadencia del molino

Un día vino el arriero al molino y se llevó a mi madre y  hermanas a lomos de dos mulas a ver a mi abuelo al pueblo. Estaba muy enfermo, lo cuidaba mi abuela en la casa de su hijo el panadero. Mi madre entró en una habitación donde yacía el padre amortajado en la cama con traje negro y zapatos limpios. No sabía que había muerto, tenía 8 años y aún se estremece al recordarlo. Le insistían en que lo besara para despedirlo, pero empezó a gritar y a llorar y se la llevaron a casa de una vecina. Desde allí oyó las campanadas que la mujer le dijo eran del entierro del padre.

De vuelta al molino, todos se vistieron de riguroso luto, mi abuela se cubría la cara con un velo negro incluso en casa. Desde ese momento, mi madre ocupó el lugar de su padre en la cama y durmió con su madre hasta poco antes de hacerlo con mi padre.

A los diez años empezó a sufrir malaria o paludismo, como ellos le llamaban. Durante varios veranos, a veces diariamente, otras días alternos, subía tanto la fiebre que alucinaba: todo lo veía arrugado, no quería que nadie se le acercara.. y no cesaba hasta que el médico venía y le mandaba unas pastillas.

Años después empezaría para mi madre el medio luto: blanco y negro. Pero duró poco, porque cuando tenía 13, murió su abuela de un ictus, y a los cuatro meses se dejó morir su abuelo de añoranza, así que el luto le duró casi toda la infancia.

cementerio

Economía menguada

Mi abuela se quedó viuda, triste y perdida. Su madre seguía enredando y le aconsejaba que mandara a sus hijas a servir, porque sabía que el negocio iría a menos.

Al molinero, que se hizo cargo del negocio, le sucedió su hijo. Mi madre lo odiaba posiblemente porque sospechaba lo que luego se rumoreó: que su madre entabló una relación íntima con él.

La molienda disminuyó, ganaban apenas lo justo para sobrevivir, a veces les pagaban en dinero y otras en trigo…. El mozo de cuadras fue el primero en irse porque no había para pagarle.

Pocos meses tras la muerte de mi abuelo, la hija mayor de mi abuela, que estaba apartada en el pueblo, parió a su hija y vino al molino a vivir. Como la economía flojeaba, dejaba a la niña allí y se iba a trabajar de costurera de cortijo en cortijo.

Sobrevivían cada vez con más estrecheces, por más que las hijas fueron colaborando en todo tipo de tareas. Cada año cogían la cosecha de aceitunas, pero el varón no participaba, parece que siempre se sentía indispuesto aunque nunca tuvo enfermedad conocida. Las hermanas dicen que solo comía y dormía. La madre le buscaba trabajos que solo le duraban un día.

La familia se desmiembra

Todos acogieron felizmente a la recién nacida menos su madre, quizá amargada porque el padre de la criatura, del que estaba enamorada, la despreció y no quiso ni darle los apellidos. Ella desató su rabia y le acosó toda la vida. A la niña le pegaba a veces con tanta dureza que los hombres tenían que intervenir para detenerla. Esta mujer era por lo visto temperamental, deslenguada y de moral relajada, ya que mantenía una relación demasiado estrecha con el novio y luego marido de su hermana: la favorita de mi abuela. En uno de los cortijos conoció a un parapléjico,víctima de la polio y se casó con él. Se fueron a vivir a otro pueblo lejano y se llevó a su hija que tenía ya 10 años. Tuvo dos hijos varones de él y a pesar de que iba en silla de ruedas la maltrataba.

embarazada

La tercera hija de mis abuelos se quedó embazada con 15 años del hermano del molinero que entró a trabajar allí, 10 años mayor que ella. Se sintió por lo visto empujada a esa relación por su madre, que quería apartarla a toda costa del pretendiente que la cortejaba y del que ella estaba enamorada. Le pegaba y la castigaba si se veían. Se casó a la fuerza y se quedó a vivir en el molino, donde nació su primera hija. Su marido, el que buscaba la compañía de su hermana mayor, iba a trabajar fuera, casi siempre de panadero, su oficio. Mas tarde su madre le compraría una casa en un pueblo cercano y finalmente emigraron a Cataluña.

La mayor, que se crió en el orfanato, iba con frecuencia a la ciudad donde nació, no le gustaba el campo, y se alojaba en casa de su familia de acogida. Un día volvió embarazada, con apenas 18 años, de un carpintero que estaba en el servicio militar. Se casaron y tras un periodo en la capital, se fueron a vivir y a trabajar al pueblo, donde nacieron sus dos primeras hijas, para instalarse definitivamente en la capital. Allí nacerías una hija y un hijo más. En este matrimonio menudeaban también las peleas y los malos tratos.

La hermana más cercana en edad y afinidad con mi madre, se quedó embarazada a los 17 años y se fue a vivir al cortijo donde vivía el novio. Iba a parir a sus hijos al molino y luego se iba de nuevo al cortijo, donde vivía amargada no tanto por el trabajo tan intenso que hacía sino por las relaciones con su familia política.

Por último, la pequeña del orfanato, se fue con una familia amiga a Ceuta, a servir en casa de unos joyeros, con los que más tarde mantuvo siempre buena relación. Allí se casó, la única que lo hizo de blanco, y de allí emigró con sus cuatro hijos a Francia.

Nueva etapa

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Por fin, una riada grande se llevó huertas vecinas y gran parte de la del molino cuando mi madre contaba 16 años. Hizo que el arroyo se cegara, quedara enterrada parte de la maquinaria, y se desviara el curso del río. Fue imposible reconducir y restaurar el negocio y mi abuela puso en venta el molino.Todos los documentos los firmaba con la huella dactilar: nunca aprendió a leer ni escribir. Con lo poco que le dieron, compró una casa en el pueblo. Ahí se fue mi abuela con mi madre, ya con 18 años y mi tío.

Después de instalarse, se tuvo que ir a servir a otro pueblo interna para mantener su casa y sus hijos. Incluso cuando el hijo se trajo a vivir a su mujer a la casa, iba él personalmente a recoger el sueldo de mi abuela. Este hombre tenía un comportamiento algo extraño a veces, como cuando se le murió su primer hijo de pocos meses, y salió angustiado a la calle a buscar a su gato perdido mientras el bebé yacía amortajado en su casa. Al siguiente hijo le pusieron el mismo nombre que este fallecido. Después tendrían tres más.

Mi tía iba y venía del cortijo donde vivía, aunque terminó quedándose a vivir en la casa familiar del pueblo cuando a su marido lo destinaron fuera a trabajar, así que mi madre y su hermana vivieron juntas varios años. Mas tarde, emigraron a Cataluña también, donde no mejoró la relación con su marido: jubilado precozmente como miembro de los cuerpos de seguridad del Estado, era emprendedor pero iluso, pésimo gestionando el dinero y nada constante para el trabajo; maltrató a su familia y dejó muchas víctimas de su adicción enfermiza (llamémosle así) a las mujeres de todas las edades, parentesco y condiciones.

Empieza la historia de mis padres

Mi madre se encargaba de llevar la casa y aprendió a coser en un taller de un sastre en el pueblo. Un día, apenas recién instaladas en la casa del pueblo, iba caminando con mi tía y se encontraron a un primo de su marido. Fue la primera vez que mis padres hablaron. Al poco, mi padre empezó a llevarle la ropa a mi madre para que se la lavara y se la cosiera porque él no tenía dónde.

Se terminaría quedando allí a dormir y se casaron tiempo después, para acallar las habladurías. Mi madre ya había pasado por la única estancia en el hospital de su vida, a causa de una hemorragia por un aborto. También había nacido ya mi hermana mayor. Después de recorrer varias viviendas en varios pueblos de trabajo en trabajo, llamaron a filas a mi padre que se pasó 3 años en la mili, en África. Mi madre se quedó a vivir en la casa familiar con mi tía: ella trabajaba en el campo, encalando, en lo que le salía, y mi madre cuidaba la casa y los niños. Amamantaban a los niños indistintamente, se cuidaban cuando enfermaron (mi tía estuvo tiempo encamada con pleuritis) y padecieron bastantes dificultades hasta que mi padre volvió, pero esa es ya otra historia.