Mi cuerpo, mi casa

El otro día en la consulta del psicólogo, tuve la sensación de vivir un nuevo parto. Tenía una emoción enquistada, no hubo forma de sacarla hasta que grité con alaridos desgarradores. No sé de dónde salían, a qué obedecían, pero ahí estaban, muy adentro, escondidos, y sentí que no tenía más remedio que sacarlos para poder seguir adelante. Aclaro que es una terapia bioenergética, trabajamos no solo con la palabra sino también con el cuerpo, con la voz, los gestos, la postura…. Luego vino el llanto convulso (eso no es tan novedoso) y por fin me calmé, sin entender muy bien qué había pasado. Y creo que ni falta que hace. Sí, después de tanto tiempo de sondeo aún encuentro nudos tan endurecidos, como si escarbara y encontrara de pronto una veta de granito y hubiera que dinamitar.

Creo que guardamos en nuestro cuerpo, la casa donde habitamos, todas las emociones atascadas que en su día (normalmente en la infancia) no pudimos digerir ni gestionar. Y como una bola de nieve rodando, se va haciendo más grande a medida que andamos por la vida. Cuando ya no podemos manejarla, no hay más remedio que empezar a deshacerla. A veces, nos recuerdan difíciles situaciones vividas pero otras no las podemos relacionar con nada, quizá porque se formaron cuando aún éramos demasiado pequeños para darles una interpretación “verbal”. Aunque no le podamos poner palabras o imágenes a esas emociones atoradas, nos juegan malas pasadas en el día a día si no las atendemos.

Este trabajo de limpieza lo estoy haciendo desde hace tiempo no sólo con mis emociones sino también en el cuerpo físico, a través de la alimentación y, más recientemente, cuidando un poquito mi aspecto físico tan desatendido bastante tiempo.

Pero también estoy empezando a atender el cuerpo simbólico, inconsciente, que es para mi la casa donde vivo, creo que lo es para todos. En mis sueños, siempre relaciono cada parte de la casa con una parte del cuerpo: la cocina es la mente; el baño, la sexualidad, el dormitorio representa la comunicación íntima, La puerta, la barrera con el exterior… y así con todo. Estuve años soñando con la casa donde viví antes: que volvía a vivir allí, que estaba todo destrozado, que la reformaba, que era un traslado provisional… sueños de todo tipo que creo que se refieren a recuperar y reformar mi YO, mi manera de vivir.

 

agua casa.jpg

Agua en mi casa

El agua para mí representa a las emociones. Hace unos años mi dormitorio tenía humedad en una pared y vinieron varios especialistas y nadie se explicaba por dónde entraba el agua, cómo se mantenía ahí: Una y otra vez raspaban, impermeabilizaban, protegían, pintaban… y volvía a salir. Por fin el año pasado se arregló, aunque me temo que se asoma tímidamente de nuevo. El origen del problema estaba en una grieta en la azotea por un movimiento estructural de la casa. Como a todo le saco punta, me digo que quizá tenía emociones relacionadas con la expresión de mi intimidad por ahí circulando que ni conocía su procedencia ni su recorrido. Me peleaba con ellas, no quería que estuvieran… las tapaba y volvían a salir. Parece que con constancia y paciencia puedo empezar a manejarlas, pero no me puedo relajar del todo.

 

 

pintor.png

Otro día en el sótano, una tubería de desagüe se rompe y yo interpreto que tengo problemas para deshacerme de los deshechos no sólo físicos. Y así todo, debo estar medio pirada de tanto que leí.

La mampara de la ducha del aseo es otro punto flaco, por más que vienen una y otra vez especialistas no había manera de sellarla y se salía cada vez que alguien la usaba. Hace unos días del último sellado y parece que no hay agua a la vista.

Y lo último ha sido un charco de agua que aparecía de vez en cuando misteriosamente en el salón. Al final resultó ser del baño de la planta alta: no estaba bien sellada la mampara y recorría una increíble distancia hasta aparecer en la zona de descanso!

Se ve que las emociones, como el agua, recorren sin control todos los recovecos de mi casa y de mi psique.

Traer el mundo a casa

Desde que empecé con la depresión estoy queriendo mudarme de donde vivo desde hace 22 años. Es una casa agradable, bien situada, soleada, con un bonito jardín. Pero demasiado grande: tiene tres plantas, 6 dormitorios, 12 ventanas… antes éramos 6 y ahora solo vivimos mi hijo pequeño (es un decir, mide casi dos metros) y yo. Desde hace unos años parecía que se me hundía el techo encima. Sentía una liberación considerable cada vez que salía aunque solo fuera un fin de semana. Pensaba que la solución era que me trasladara, aunque no tenía fuerzas para una mudanza, pero en cuanto pudiera…. Además, requiere mucho esfuerzo mental y económico mantenerla.

Poco a poco voy cambiando de perspectiva. Como me gastaba tanto dinero en terapias y alimentación y libros y… pensé que una solución sería alquilar un par de habitaciones y ganar así un dinero extra. Yo misma me extrañé de esta idea, porque he sido siempre muy celosa de la intimidad, siempre me enfadaba cuando mi ex marido descorría las cortinas del dormitorio por la mañana si aún estaba en pijama o no había hecho la cama. Pero la idea cobraba fuerza, así que preparé como pude dos habitaciones del semisótano y las ofrecí para alquilar en internet.

El año pasado fue la primera vez que vivimos la experiencia que está siendo un regalo para mi hijo y para mí. Supongo que para él un alivio compartir a su madre depresiva con otros. Para mí, la sensación de aire fresco, de savia nueva: si no puedo salir al mundo, traigo el mundo a mi casa. He tenido que agudizar el oído para seleccionar bien a los inquilinos, pero estoy encantada con todos los que han pasado por aquí. Es una convivencia que OBLIGA a compartir, a salir de la coraza dentro de la que he vivido.

dibujo chicas.jpg

 

Una mujer que vive ahora aquí me está ayudando especialmente a resquebrajar ese blindaje: me ha incitado a ir a bailar (un viejo sueño nunca realizado), a comprarnos ropa o a hacernos las uñas como adolescentes, nos hacemos confidencias y nos reímos. Es lo más cercano que he vivido a ser una joven despreocupada, ya que me salté la adolescencia para entrar directamente a la adultez. Después de tanto tiempo replegada, estoy saliendo yo al mundo. Estoy haciendo mi cuerpo y mi “casa” visible, no sólo por el aspecto físico, a lo externo, sino por la intimidad cotidiana compartida.

Preparar la casa

Siempre que  empiezo a estudiar algo: unas oposiciones, cada curso de la carrera, lo que sea, siempre he tenido que ordenar, limpiar, reestructurar un espacio físico para poder “ordenar” mi mente y prepararme para la tarea.

Ahora, me dijo el siquiatra y la profe del taller de literatura al que empecé a ir (y que es una gran  fuente  disfrute), como si se hubieran puesto de acuerdo, que tengo que escribir para publicar, que tengo que ir más allá. Estoy aún impactada, sin creerme a la altura, sin confiar en poder hacerlo, sin saber por dónde empezar ni qué decir. Pero por si las moscas, he empezado a hacer limpieza en un cuarto libre en la planta de arriba y estoy pensando en hacerme un rincón allí, reorganizarlo, ordenarlo. Quizá sea el primer paso y una vez que me sienta cómoda, segura, en mi sitio…

La paradoja es que desde hace un tiempo estoy queriéndome ir de esta casa, la identificaba con trabajo, siempre pensando en las tareas que hacer, en limpiar, cuidar las plantas, la comida, la ropa… me resultaba difícil disfrutar de todas sus posibilidades. Pensaba que estaba impregnada por los recuerdos de una etapa de mi vida que ya pasó y quizá por eso la sentía pesada. Trato de ir aligerando las habitaciones de tantos cacharros, de tantos libros, ropa… Pero puede que en realidad lo que pasaba es que quería huir de mí misma. Ahora estoy empezando a sentirme a gusto en la casa y, más aún, a crear algo nuevo aquí. Quizá no importe el lugar donde pueda derretir del todo mi armadura y poder abrirme al mundo. Mantengo el proyecto de irme de aquí algún día, pero espero que sea porque lo elija, no porque necesite salir huyendo.

mujer mariposa