Nunca soporté que me tocaran, excepto, claro, mi pareja y mis hijos. Un día descubrí los masajes buscando un remedio para mis males del alma, desencantada de las terapias verbales. Me fascinó y me hice masajista. Después de años sin dar masajes he vuelto a tocar la vida con las manos.
En mi amplia familia de origen no tenemos costumbre de saludarnos ni despedirnos besándonos, no tenemos el hábito de abrazarnos, de tocarnos y muchas veces ni siquiera de telefonearnos. El ritual del contacto físico, tan saludable, no forma parte de la cultura familiar donde nací.
Con la familia que formé traté de remediar esa carencia, dar un giro a esa tradición, pero seguía sintiendo repulsión por el contacto con desconocidos. Me desagradaba profundamente hablar con alguien que me tocara despreocupadamente un brazo, o que pusiera amigablemente la mano en un hombro, o me rozara una rodilla si estábamos sentados charlando. Daba igual que fuera hombre o mujer, joven o mayor, enseguida aparecían los recelos, me quedaba helada por dentro, tensa, incómoda.
Hace unos 7 u 8 años, atravesaba un momento muy difícil: me acababa de separar (una de las veces) y las terapias verbales (o cognitivas que le llaman) me tenían bastante decepcionada. Una amiga me aconsejó que fuera a ver a una doctora que hacía terapia a través de unos masajes “especiales” que podían ayudarme. Y me fui a verla, a dos horas y media en tren de distancia, con la motivación de experimentar algo nuevo y aliviar una mochila cargada de confusiones, cansancio, hartazgo y desesperación.
Fue divertido comprobar más tarde que mi amiga había enviado a mucha gente a esa consulta pero ella nunca se había atrevido a ir… hasta que fui yo!
La primera sesión me dejó un tanto mareadilla y sorprendida de la experiencia tan diferente. Como si leyera en mi cuerpo mejor que en un libro abierto, me dijo cosas de mí sorprendentes. A los dos o tres masajes mi vida cambió radicalmente (de raíz, sí). Mi energía, mi serenidad y mi seguridad aumentaron y no podía comprender cómo lo había hecho.
¿Pero cómo lo hace?
Tan intrigada me quedé que averigüé que hacía un programa de formación y lo seguí durante un año. Sólo quería SABER, nunca tuve intención de dar masaje más que a mis hijos o ayudar a alguna amiga en apuros. Pero desde el principio había que hacer prácticas, claro. Empezamos a aprender a “tocar” las manos y debíamos ensayar todo lo posible. Yo, como siempre, fui muy aplicada y practicaba con todos los amigos y conocidos. Y ahí empecé a sorprenderme cuando descubrí el placer de tocar a otra persona. No era el tacto de su piel, era algo más, algo intangible, establecía un contacto con algo más profundo, una conexión que pocas veces había sentido antes.
En el tramo final de la formación, las prácticas eran ya de cuerpo entero. Parece que se me daban bien y al terminar me empujaron a poner una consulta de masaje bioenergético. Durante años compatibilicé mi trabajo en la administración con el de masajista. Aunque me formé en otras técnicas para mí el contacto con el cuerpo mediante el masaje sigue siendo lo principal, algo beatífico, sanador para el otro y para mí.
Descubrí que tener una buena “caja de herramientas” como me enseñó mi maestra, es esencial para ayudar a la gente, pero de nada sirve si no eres un manitas, si no manejas lo esencial. Dar un buen masaje supone saber la técnica y poder olvidarla. Supone conectar conmigo para olvidarme de mi. Centrarme en la intención, en la conexión, en el contacto, en la sintonía con la otra persona, para ir más allá de ella.
Que el cuerpo está indisolublemente unido a la mente y a las emociones es algo que todos sabemos pero no concienciamos lo suficiente. Nos damos cuenta que cuando nos enfadamos nos sienta mal la comida, cuando nos asustamos tenemos diarrea y cuando nos estresamos, contracturas en la espalda. Pero cuando se trata una dolencia más seria o con una relación menos evidente ya lo ponemos en duda. Pero en ese charco no me voy a meter hoy. Solo quería recordar lo importante que es trabajar el cuerpo, no solo para facilitar su recuperación, sino para que forme de nuevo una unidad con la mente y el “espíritu” (léase, alma, inconsciente, lo que cada cual quiera). Solo así conseguimos el equilibrio, la salud, vivirnos como la plenitud que somos.
De nuevo con las manos en la vida
En la crisis de estos últimos años, tuve que dejar de dar masajes. No podía, mi energía se fue apagando como una vela: estuvo bien que fuera así para poder atenderme a mí en exclusiva. Pero en este tiempo sí los recibí y fueron esenciales en mi recuperación, cooperando con otros tratamientos médicos convencionales o alternativos, y especialmente potenciando la terapia sicológica.
Cada vez soy más selectiva con las personas que me tratan el cuerpo, como en todo. Pero afortunadamente hay buenísimos profesionales con los que conecto de maravilla. Me han ayudado a liberar muchos bloqueos físicos y emocionales mediante masajes, a veces dolorosos, otras sublimes. Pero siempre me han recargado de energía, me han ayudado a conocerme y me han auxiliado con la ansiedad y la tristeza.
Ahora, por fin, empiezo de nuevo a dar masajes yo. Ya recuperé esa otra energía sutil, no sólo física, que es necesaria para poder dar el masaje tal y como yo lo entiendo. Quizá se pueda explicar como un aumento de la vibración, a sabiendas de que muchos no entenderán a qué me refiero. Cuando nos enamoramos o cogemos en brazos por primera vez a nuestro hijo, o nos emocionamos con un atardecer, o escuchamos una música que nos eleva…. nos sentimos casi flotando, más ligeros. Pues es una sensación parecida.
Convertí a mis hijos y amigos en conejillos de indias para confirmar que estaba preparada. Y sí, ha llegado el momento de retomarlo. Estoy ávida por trabajar con las personas que la vida traiga a mi camilla. No me puedo sentir más agradecida por volver a experimentar el gozo profundo de dar un masaje y salir “alimentada” energetizada, más reconfortada aún que cuando lo recibo.
Es como regar una planta: le das agua y ella te devuelve muchísimo: humedad, oxígeno, perfume, flores, fruta, frescura, belleza…La vibración se eleva aún más, la conexión conmigo misma aumenta y la fuerza, la paz y la alegría también. Cuando doy masaje consigo que mi mente se acalle y ceda el paso suavemente a la intuición. Es como si entrara en una especie de comunión con el receptor y ambos habitáramos una nueva dimensión donde las reglas son ya otras.
Muchas veces siento que quien está recibiéndolo es un niño o niña pequeños y que yo no soy nada más que un medio, un canal, que permite que le llegue lo que le tenga que llegar, a través de mí, desde no sé dónde, enviado por no sé qué o quien. Sé que suena psicodélico, pero es como mejor puedo explicar lo inexplicable.
Siento un profundo agradecimiento por poder experimentarlo. Así que bienvenida esta nueva etapa, la vida fluye de nuevo por mis manos y me siento emocionada, feliz por eso.